viernes, 12 de junio de 2009

La Democracia Directa

En este país, a todo el mundo le gusta ser "democrático". Tenemos actitudes democráticas, pensamientos democráticos, deportes democráticos e incluso jefes democráticos. Si le preguntamos a cualquiera con qué conceptos relaciona la democracia, directamente pensará en la libertad o la igualdad. Por tanto, si somos tachados de democráticos seremos personas que defienden unos puros valores. Amén.

Sr. Bush en una Asamblea General de la ONU

Ya hemos discutido en anteriores ocasiones lo ambiguo que es el concepto de libertad, y lo mismo podríamos decir sobre la amada igualdad. Estas palabras tienen efectos prácticos muy distintos dependiendo de cómo las interpretemos, y de los límites que se les establezcan. Lo mismo ocurre con nuestras actitudes democráticas, porque el sistema al que estamos acostumbrados no es la única forma de democracia existente.

El tipo de democracia que más se utiliza es la democracia representativa. Como el nombre indica, se trata del sistema en el que se delega el poder en una o varias personas escogidas, y es al que todos estamos acostumbrados. En este caso, los interesados se limitan a elegir representantes para que estos deliberen y tomen las decisiones. Por tanto, el electorado debe confiar en las capacidades y buenas intenciones de los delegados.

En el otro extremo aparece la democracia directa. En este caso, el conjunto de personas interesadas participan en una reunión o asamblea, exponiendo sus propuestas y tomando las decisiones en equipo. Sí, como cuando nuestra cuadrilla de amigos tiene que decidir dónde ir a cenar. No resulta fácil, ¿verdad?

Como es lógico, para que esta filosofía tenga alguna utilidad práctica se debe utilizar un conjunto de mecanismos y reglas. El principal objetivo suele ser alcanzar la decisión por consenso, y sólo se recurre a la votación en el caso de que el consenso no sea posible o se trabaje con decisiones rutinarias o "sencillas". Existe la figura del delegado, pero se dice que es una delegación revocable: el delegado debe seguir las directrices y decisiones de la asamblea, y en cualquier momento puede ser destituido de su cargo.

El verdadero problema reside en la propia definición de consenso, y en la forma de alcanzarlo. Un sistema de toma de decisiones debe ser eficiente en tiempo y recursos, o las decisiones llegarán tarde o jamás se decidirá nada. Las decisiones unánimes (en las que todo el mundo, o casi, está de acuerdo) son muy difíciles de alcanzar. Además, una decisión unánime puede alcanzarse mediante simple poder persuasivo (retórica o amenaza) e incluso impaciencia, y no mediante un verdadero razonamiento. Eso sí, la discusión abierta permite a las personas que mejor conocimiento tienen del tema utilizar sus argumentos para influir en las decisiones. Esta es una de las razones por la que la democracia directa se utiliza en proyectos complejos, donde es necesaria la experiencia de muy diversos especialistas.

Sobre cómo alcanzar el consenso poco se ha escrito, y cada asamblea suele emplear un método distinto. Hay que tener en cuenta que dependiendo del número de participantes y el ámbito de la discusión, algunos mecanismos son más efectivos que otros. Eso sí, en toda asamblea suele existir un responsable o facilitador que tiene la responsabilidad de llevar el proceso a buen término. Un método que me ha llamado la atención ha sido el uso de tarjetas de color. Se pueden usar tanto para la discusión como para la decisión [wikipedia]:

Para la discusión:

El miembro del grupo que desean hablar, levanta una tarjeta.

  • Una tarjeta verde significa «tengo algo que decir» o «tengo una pregunta». Cuando varios miembros del grupo sostienen una tarjeta verde, los que quieren hablar, son apuntados en el orden en que surgen. Cada persona habla en su turno, de forma similar a la toma de decisión cuáquera de consenso.
  • Una tarjeta amarilla significa «puedo aclarar» o «necesito que me aclaren» (de lo que se ha dicho).
  • La tarjeta roja es una tarjeta de proceso. Cuando se levanta la tarjeta roja pide a los miembros que observen o presten atención al proceso. Por ejemplo un individuo que levanta una tarjeta roja podría decir: «aquí nos estamos saliendo del tema», «¿cuál es nuestro objetivo al hacer esto?» o «¿qué les parece si tomamos un receso?». Les da a todos los miembros oportunidad por igual de ser facilitadores.

Para la decisión:

Después de la discusión, el facilitador articula una propuesta y hace un llamado para que muestren sus tarjetas.

  • La tarjeta verde significa: «estoy de acuerdo».
  • La tarjeta amarilla significa: «me abstengo» (no me opongo pero no lo apoyo).
  • La tarjeta roja significa: «no estoy de acuerdo, pero estoy dispuesto a trabajar para encontrar una forma mejor, tomando en consideración lo que se ha dicho por otros miembros del grupo». De esta manera el sostener una tarjeta roja no detiene el proceso, significa que la persona que la sostiene va a trabajar con los demás en el asunto en cuestión para traerlo a una junta posterior. Esto asegura que las tarjetas rojas no sean usadas a la ligera.

Si el lector conoce otros mecanismos o ha participado en asambleas, estaríamos muy contentos de que compartiera su experiencia.

Como puede verse, este método es efectivo en la medida en que se toman decisiones de ámbito local. No tiene sentido que en una asamblea se tomen decisiones que no impliquen directamente a los participantes. Por tanto, las instituciones que utilizan la asamblea para la toma de decisiones a nivel nacional (como la CNT), están organizadas de forma federal o confederal. Lo que esto significa es que los organismos federados delegan ciertos poderes a un organismo superior, pero conservando su autonomía para algunas competencias (la confederación tiene un poder central más limitado que la federación). Estas delegaciones, idealmente, son revocables desde la base y representan de una forma efectiva a la asamblea que los ha elegido. Los delegados constituirían otra asamblea de carácter más global (que se encarga de asuntos más generales), y así sucesivamente. Cuantos menos "escalones" necesite la federación para ser gobernada, la democracia será más directa.

La importante paradoja que aparece en este punto es que, cuantos más participantes tenga el sistema, el escalonamiento se vuelve mayor, por lo que una mayor delegación es necesaria (la democracia se vuelve más indirecta). Sin embargo, para garantizar que se defiendan los intereses de todos los implicados, su participación directa es indispensable... Como cuando los colegas deciden ir a cenar a un sitio caro, y nosotros -sin un duro- no podíamos discutir porque estábamos estudiando. ¡Una pena!

martes, 9 de junio de 2009

Gobernante


El pasado 4 de junio Barack Hussein Obama pronunció un discurso en la Universidad del Cairo. En ese discurso citó el Corán con la autoridad que le da ser descendiente de musulmanes -por parte de su padre keniata-. El gesto, que puede parecer anecdótico o un simple gesto al mundo islámico, es en realidad una traición a uno de los grandes valores de su país: el cristianismo.

El gobernante de una nación no es comprendido como un gestor, con una identidad libre y un sistema propio de valores, actitudes y opiniones. Seguimos encerrados en la mentalidad medieval de que el dirigente es representante de todos los valores de la nación, lo que es un gran problema de legitimación. ¿Son siempre los dirigentes símbolos de los pueblos que rigen? ¿Es necesario?

En Egipto el faraón era un dios, al igual que en Roma o Persia, que representaba su imperio. Todos los pueblos han tenido un caudillo representante de sus valores, pareceres y manías. Al igual que un macho dominante en la naturaleza, jefes de tribu, reyes, emperadores y gobernantes legitimaban su poder en el hecho de ser garantes de esa esencia, encerrada en la sangre. "El primer dirigente era un paradigma de nuestra nación, yo como su hijo, soy parte de ese linaje y también represento este pueblo".

La sangre es traicionera, así que siempre hubo gente dispuesta convertirse en garantes de la nación y deshacerse de aquellos que no cumplían los requisitos "esenciales". La figura del dictador, prohombre dispuesto a salvar a la pequeña humanidad nacional, transformaba la sociedad según su visión, invirtiendo los papeles. El dirigente ya no era símbolo de lo que era el pueblo, más bien al contrario.

Ahora la duda se impone. Decir que Berlusconi es símbolo de la Italia actual no sé si sería un piropo retorcido o una realidad lamentable. Los borbones, venidos de la vecina Francia, tampoco parecen los más indicados para representar la imposible y heterogénea esencia española. Ni nuestro monarca florero ni el resultado de una democracia bipartidista. ¿Unas veces somos un tipo de español y otras veces otro?

El dirigente de un país, según Aristóteles, debe asegurar un buen gobierno. Da igual de dónde sea o cómo sea, lo que debe hacer es procurar hacer lo que "deba hacerse". Reconversión industrial, dejar hundirse a los bancos, subir impuestos o declarar la guerra. El gobernante debe tener criterio, debe saber sobre sus funciones y las demandas del pueblo -siempre que sea oportuno-, y sobre todo, debe de tener el respaldo del pueblo. Puede equivocarse, pero ahí también debe saber rectificar y pasar el testigo. Y es que ser gobernante es muy difícil.

En la actualidad no existe confianza en los políticos, no se atienden a las demandas del pueblo jamás y los gobernantes no saben gobernar. El criterio, y ya lo decía Aristóteles, está pendiente de prometer lo que la gente quiere, no lo que necesita -y encima no cumplirlo-. Es mejor cumplir las promesas a los que financian las campañas electorales. Así tenemos políticos prometiendo pleno empleo desde a las puertas de una crisis global, prometiendo revocar leyes que seguramente no revocarán o pidiendo el fin de la monarquía con cuatro millones de parados.

Es triste comprobar la deriva de los gobiernos del mundo. En Irán se empieza a cuajar una revuelta popular que amenaza con desestabilizar aún más la región tras unas elecciones que muestran la división entre el mundo rural y el urbano, incluso en los países musulmanes más o menos radicales. Y esto justo después que el presidente del país que declaró la guerra al terror en nombre de Dios, coquetée con el Islam.

Deberíamos sorprendernos de que Obama intente gobernar de forma correcta, no del color de su piel. Su discurso no fue algo fácil -piensen en Texas-. Pero tan importante como el gobernante, son los gobernados. Y ahí, hoy, no veo solución.


*Nota al pie

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