martes, 9 de marzo de 2010

El paradigma de la empresa (I)

Nadie supo predecir cuándo y cómo colapsaría el capitalismo. Pensábamos que al ser la némesis del comunismo, no podría fallar tan estrepitosamente y nos guiaría con pulso firme hacia el progreso. Que todos sus errores fundamentales se encontraban en las personas y que, poco a poco, se irían haciendo con los mandos los mejor cualificados. Todo esto ha resultado una terrible falacia. Cuando el capital ha sufrido la primera gran sacudida, las vergüenzas del capitalismo han quedado al descubierto.

El comunismo, en sus postulados, pretendía una utopía inalcanzable, transformándose en un monstruo que ha demostrado que no siempre es conveniente soñar lo imposible. La lucha de clases ha enfrentado las fuerzas productivas de una forma beligerante, cuando en realidad todo se trataba de resaltar la necesidad mutua entre el obrero y el burgués. La dialéctica marxista establece una tesis, una antítesis, y una síntesis. Para Marx, era necesario tanto el mundo obrero como el mundo burgués.

El capitalismo, por otro lado, nace a priori con una visión del mundo individualista e insolidaria. Obtener cada vez más beneficios y someter la necesaria competencia. Nace dentro de la legitimidad que nos da la libertad. Si soy mejor, si tengo mejores productos, si tengo más capital, debo obtener más beneficios. Además, tiene una raíz protestante como señaló Max Weber. El éxito es la puerta a la salvación, lo contrario es el infierno del ostracismo social.

Las teorías siempre se han considerado como absolutos. Posiblemente porque la gente que se ha dedicado a desarrollarlas se ha preocupado de mostrar sistemas cerrados, de interpretación más o menos precisa. Pero tomar como absoluto una herramienta de conocimiento, como es una teoría, es un terrible error. Nietzsche es un ejemplo de ésto. El filósofo alemán pretendía acabar con la rigidez de la filosofía canónica a martillazos. Tomar sus postulados como absolutos lleva al nihilismo y desesperación que también arrastraron a su autor.

El problema del capitalismo -con todas sus refundaciones- y el social-comunismo es su valoración en absoluto. Y el miedo a probar cosas nuevas. Sólo nos hemos atrevido a parchear nuestros sistemas políticos y económicos, nunca a replantearnos sus estructuras para atacar sus principales problemas. Posiblemente porque nos aterra la posibilidad de que hubiese una forma mejor y no se nos hubiese ocurrido antes.

Todo sistema político, económico o legislativo debe tener en cuenta la necesidad de una convivencia en comunidad. Así, en los clanes tribales de la prehistoria, la familia era el punto de partida para configurar las relaciones sociales. La familia es nuestra primera experiencia de convivencia y es allí donde aprendemos a guiarnos por un mundo en el que no estamos sólos. Los animales, desde mi profundo desconocimiento de biología y zoología, creo que se encuentran en ese mismo estadio.

En la actualidad son los países los que configuran la convivencia entre comunidades. Sí, formamos parte la UE o de la humanidad en términos universales, y también la mayoría de las políticas que nos afectan están enmarcadas dentro del gobierno autonómico, provincial o local. Pero, generalizando, al final son las entidades nacionales las que detentan el poder. Mientras que la estructura familiar tiende a preservarse, las naciones viven las convulsiones de la historia.

El estado ha dejado de representar una garantía absoluta para los ciudadanos. Los intereses que le acechan son tan fuertes que lo desgarran. El interés común no se puede mantener en una sociedad tan global, fragmentada en cientos de minorías. La búsqueda de un paradigma, en esos términos, está avocado al fracaso. Para lograrlo cada vez serán más inútiles las grandes políticas, que quedarán desmontadas bajo los miles de puntos de vista de cada minoría en liza.

Los gobiernos realizan una labor administrativa necesaria, pero están tan sobredimensionados que no pueden representar un paradigma. La familia sigue siendo necesaria como punto de inicio de cada vida humana, pero tampoco sirve de paradigma, ya que en su diversidad está su riqueza. La solución debe encontrarse en un punto intermediario, que sirva de regulador y canalizador de la convivencia.

Posiblemente el mejor punto de partida sería la educación. Por desgracia, creo que es uno de los puntos en los que estamos fracasando desde hace tiempo. No sé bien por qué, pero creo que es debido a la crisis total en la que vivimos. No existe ningún asidero para el educador y los educandos en el que fijar objetivos. La necesidad de un paradigma se hace aquí también necesario y, tal vez, la educación debería quedar en un segundo punto fundamental.

Actual paradigma.

En la búsqueda de ese paradigma, me he dado cuenta de que al final, todos tenemos razón. Hay que buscar un punto de síntesis que consiga realizarnos tanto individual como colectivamente. Un sistema cerrado, pero capaz de convivir en un sistema abierto. Esto es, un paradigma que no sólo resulte ejemplar, sino productivo. Y lo mejor de todo es que no se trata de inventar nada nuevo, porque ha existido siempre.

La empresa ha sido el estandarte del capitalismo y, en su vertiente estatal, del social-comunismo. Un negocio es una fuerza productiva destinada, no sólo a la obtención de beneficios -creencia errónea de nuestros días-, sino que es un vehículo para lograr la autorealización de las personas por medio del trabajo y una fuente de recursos tanto para el individuo como para la sociedad. Hablando claro, una empresa no es para forrarse. Establecer esto como premisa es la equivocación que nos ha llevado a la crisis total que nos asola. Y es algo que posiblemente nos ha acompañado desde hace decadas e, incluso, siglos.

La empresa es una fuente de sinergias que puede fundamentar, ahora más que nunca, el cemento de la convivencia. Pero hace falta un compromiso verdadero. No estoy inventando nada nuevo, porque los teóricos de la empresa saben perfectamente lo que debería ser una. Otra cosa es que a los que tienen el capital les parezca bien. Porque ese compromiso no asegura prosperidad económica ni perpetuidad en el mercado. Se trata tan sólo de una forma de hacer las cosas.

Si Platón existiera en nuestros días posiblemente optaría por abrir una empresa, en vez de intentar instaurar una república platónica en Siracusa. La empresa es el mejor escaparate de valores, mejor que el arte o la cultura. Porque la experiencia estética, pese a encerrar una gran sabiduría, queda en el campo teórico. Hay que ser prácticos en un mundo donde se busca precisamente eso, la utilidad. Una empresa no puede ser una tumba para el talento, debe ser todo lo contrario.
Concepción extendida de lo que es una empresa.

No estoy de acuerdo con los que dicen que una empresa que necesita maltratar al empleado y al cliente para obtener beneficios. Bueno, depende de los beneficios que se consideren oportunos. Precisamente creo que, cuanto más se reducen los beneficios brutos de una empresa, será más competitiva. Cambiar el paradigma de mayor rentabilidad por el de conseguir una buena empresa, llevaría a cambiar la forma de ver el mundo de la gente.

Pero no debemos creer que se trata de conseguir ser ricos. La empresa no puede dormirse y debe atender a las necesidades que surjan en cada momento, sabiendo cambiar. Y si genera necesidades artificiales, no debe ser para lograr beneficios, sino puestos de trabajo. La sinergias generadas crearán una necesidad de mejor formación, la gente querrá trabajar y progresar. Y así, progresaremos todos.

Pero, ¿cómo lo logramos?

lunes, 8 de marzo de 2010

Justicia, Ley y culpabilidad (IV y final): Crímenes y culpables


Creo que en los post anteriores he dejado más o menos claro que la justicia y las leyes humanas no son, ni mucho menos, la Justicia y Ley perfectas en las que -al menos supuestamente- están inspiradas. Nuestra legalidad, un elemento capital en la regulación de nuestra convivencia, está sujeto al cambio de los tiempos. Pero, si algo tienen en común, es la necesidad de cohesionar la sociedad. Para todos aquellos que buscan lugares comunes, ésta, y no otra, debería ser la razón por seguir luchando en su desarrollo.

Y es que, allí donde hay una comunidad de vida compartida -desde una familia hasta un país- hay un código en el que se tienen que basar las acciones humanas para no entrar en colisión. No existirá un condicionamiento exterior que nos diga que es justo o no -para los no creyentes- y no existirá tampoco una estructura conceptual con existencia propia que nos guíe el camino. El menos común de los sentidos, el común, junto con nuestra inteligencia, son nuestras únicas herramientas para abrirnos paso en el terrible y complejo universo de las relaciones humanas.

Porque el crimen y la culpabilidad existen, ya que existe un propósito claro: la convivencia. Y todo lo que escape de esta realidad, es un atentado hacia las raíces del ser social o humano. Las personas necesitas de otros para desarrollarse como tales y, por lo tanto, existe y existirá siempre la necesidad de unos códigos de conducta. También somos libres de romperlos, pero en ese caso estaremos violentando nuestra naturaleza y la de los que nos rodean.

Creo que la culpabilidad es un sentimiento que se forja en la vida en sociedad. Los recién nacidos, cuanto más pequeños, más endebles tienen sus principios morales. Por eso sólo reaccionan al castigo, y así obtienen su formación. No debo hacer esto o lo otro para evitar un castigo. Luego, aunque obre mal, y esto es importante, existe el sentimiento de culpabilidad. El ansia de descubrir, el deseo o la ignorancia nos lleva a tomar decisiones que, tras la experiencia de la vida en sociedad, sabemos nociva para la convivencia. Una sociedad madura, como el individuo, tendrá una sensibildiad a la culpabilidad y una capacidad de responder ante ella mejor.

"Ha sido Dios" Culpabilidad evidente manifiesta en la excusa. Vía Kelokilandia

Nuestras habilidades sociales se desarrollan viviendo en sociedad, y dependen de la sociedad en la que vivamos. Primero se requiere una sociedad para que exista unos estándares en los que fijar la reciprocidad de la justicia, en la que se desarrollen una necesidades legislativas y en la que haya unos principios comunes. Es la comunidad la que genera justicia, no al revés.

Por eso puede existir el crimen antes que la ley. Atenta al mero hecho de estar juntos. Existen comunidades donde la unión está fijada mediante imposición, en otros sitios por consenso. En algunos lugares por historia o tradición. Pero en todos existía, si bien no una voluntad de estar juntos, si una necesidad. Y en esa necesidad o voluntad se forjó lo que cada comunidad es. Ejercicios como la DUDH demuestra que la configuración se intenta unificar -creo que, por ahora, con un fracaso-.

Considero que la culpabilidad, individual y colectiva, es la que ha ido generando la justicia y la ley, al ir descubriendo posibles fisuras de la convivencia. La conciencia de que algo no favorece la unidad -y de que otras cosas si lo hacen- genería en los orígenes un cuerpo legislativo. Ahora, por desgracia, el proceso es mil veces más complejo. Muchas veces la justicia y las leyes son administradas para favorecer a unos pocos -otro tipo comunitario- que considera a todos los demás subordinados. Posiblemente porque el modelo está cambiando o se encuentra en crisis.

Una sociedad está manifiestamente enferma cuando los criminales, aquellos que atentan contra el bien social -ya sea en su forma individual o colectiva- no sufren un castigo. Sobre todo aquellos que quitan la vida, que es la raíz de todo lo demás. Cuando esos individuos manifiestamente culpables no son sólo dejados impunes, sino que además son jaleados y puestos como ejemplo. Y más enferma estará esa sociedad cuando, ante esos crímenes, no se sienta culpable.
Forges.

La culpabilidad no es un sentimiento insidioso, sino que es una forma de aprender. Percibir que algo no ha estado bien nos hace más precavidos y nos enseña a realizar las cosas mejor. Hay que tener cuidado, sin embargo, porque algunos códigos y normas apuntan determinados comportamientos como erróneos, haciéndonos sentir culpables. Por eso hay que desenmascarar aquellos tabús o convenciones que pretenden establcer intereses individuales por encima de los colectivos. El secreto, que diría Aristóteles, estaría en el término medio. Repito que, una sociedad madura, es capaz de distinguir mejor entre el bien común y el bien particular.

*Nota al pie

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