jueves, 15 de diciembre de 2011

La responsabilidad en la gestión pública, ese concepto

 
Hace un año Juan Manuel de Prada explicaba con sencillez los beneficios de la especulación sobre el terreno público. Decía que si un Ayuntamiento tenía un terreno que valía 200 millones y era vendido por 150 a un amigo para quedarse dos de ellos el concejal, eso que se quedaba el concejal. Además el constructor podía construir pisos al precio del mercado y ganarse un dinerillo, y la gente podía comprarse casas al precio de mercado, que es lo natural. ¡Salían ganando todos! ¡Lo demás era envidia! ¡Cómo podían pretender que ahí hubiese algún daño!

Sin embargo detrás hay una demagogia, manipulación y mentira que serían abrumadoras si hubiesen salido de otra pluma. En JMdP es normal. Y es que lo público no es que no sea de nadie; el dinero que sale de ahí no mana de la misma tierra, es de todos. Es una creencia común y extendida que lo "público" no es de nadie o, si lo es, no tiene ningún valor. Por eso cuando "paga el estado" se puede despilfarrar porque ese dinero surge por generación espontánea.

El Estado, como Hacienda, somos todos. Cuando pagas un café, echas gasolina, tomas un cubata o presentas tu declaración de la renta estás pagando al estado y sus articulaciones -autonomías, municipios, ayuntamientos- para generar una serie de servicios que hacen la vida en la sociedad más cómoda y segura. Basado en la solidaridad, un engendro humano de valor incalculable, propiciamos un entorno de bienestar en el que realizarnos como personas. Ésto suena ñoño, pero no deja de ser cierto.

Pero nuestros impuestos y tributos no son suficientes para garantizar todos los servicios. Somos dependientes del exterior energéticamente y además tenemos que importar materias primas, nuevas tecnologías y debemos contribuir al conjunto de la sociedad mundial. Para eso el Estado, como una comunidad, pide préstamos con los que financiar sus inversiones en el conjunto de la comunidad y responder a sus compromisos.

Ahora bien, como toda comunidad solidaria, cada uno intenta aportar su grano de arena que debe constituirse en necesario y positivo. Ahí dentro también se enmarca la iniciativa privada, que no deja de estar dentro de una sociedad. No habría empresas si no hubiese una sociedad de personas. Por eso los gestores privados también tienen una responsabilidad con lo público. El hecho de apostar por un modo o una opción de aporte social de forma privada no exime de una responsabilidad hacia lo público. No tiene sentido ser pez en un charco y vender el agua.

Los grados de responsabilidad pública tienen que ir con lo que cada uno aporta. La persona asalariada sólo puede responder de un porcentaje limitado dentro de sus márgenes de maniobra. El empresario tiene una mayor responsabilidad al tener que tomar decisiones mucho mayores. Y el político y el funcionario, como servidores públicos, han de enfrentarse al deber de hacer que el sistema funcione sin dejar a nadie atrás. Esto no implica mayores derechos ni privilegios, porque todos somos iguales dentro de la diversidad. Esta igualdad tiene numerosos defectos, pero una gran ventaja, evitar desniveles y escalones en la vida social que entorpecen el progreso. Primero igualdad para que haya auténtico progreso.

No obstante el mundo ha funcionado perfectamente al revés. La responsabilidad y los sacrificios han recaído sobre la mayoría mientras que aquellos que tenían que tomar las decisiones más importantes quedan eximidos. Las razones de ésto dan para muchos posts como éste, pero aquí lo que me importa son las consecuencias. Consecuencias que no sólo sufren millones de parados, también la sufren millones de seres humanos en países del tercer mundo y lo sufre el medio ambiente -que también, qué curioso, es de todos-.

El 14 de septiembre de 2008 se corrió el telón que escondía las bambalinas del gobierno mundial. Y lo que había ahí era un monstruo engendrado gracias a la ambición y la irresponsabilidad de los máximos responsables del mundo. Tras condenar a Irak a una guerra civil sangrienta y al miedo al resto en nombre de los valores de la democracia tras otro fatídico septiembre, resultaba que al final todo se resolvía en dinero. Ingentes cantidades de dinero que fluían sin control y ciegas. Los único valores que cotizaban en la sociedad eran los que cotizaban en la bolsa. Nada más.

¿Consecuencias de aquello? Para el mundo una crisis en las raíces de su crecimiento. El capitalismo había demostrado que también tenía capacidad para devorarse a sí mismo. Sin embargo, la ausencia de alternativa condenó al mundo a una premisa que marcaba el precedente más peligroso del mundo: Too Big To Fall, demasiado grandes para caer. Significaba que el mundo claudicaba ante el sistema y no buscaba mayor solución que su supervivencia, aunque fuese a costa de todo lo demás.

Los gobernantes y banqueros, los empresarios sin escrúpulos que se cobijaron a su sombra, y los ciudadanos que asumieron de forma acrítica y anestesiada el crecimiento sin preguntarse por su estructura fueron y son culpables. Sin embargo el pago de la factura sólo lo paga aquellos cuya responsabilidad era más limitada. Ciudadanos, pequeños y medianos empresarios. Ningún gran banquero ni los políticos que despilfarraron nuestro dinero serán juzgados ni condenados por el abuso inmisericorde que hicieron del bien común. Se aprovecharon de todos y lo permitimos, y ahora permitimos que no paguen porque todos estamos corruptos. Todos.

El sistema debe invertirse. No se trate de que haya que decir eso de "no hay que buscar culpables". Se trata de que todos somos culpables y aceptamos nuestra parte, pero la responsabilidad no se ha distribuido conforme a lo razonable. Igual que la riqueza está mal redistribuida, también la responsabilidad y la dignidad. Cuanto más subes parece que es lógico que cobres más, sin embargo no aceptamos que eso debe conllevar una mayor exigencia legal, etica y moral que nada tiene que ver con el dinero, o no todo.
Debe ser un sacrificio ascender porque en ese ascenso tomas decisiones sobre más gente. Nadie dijo que cualquiera pudiese ser un gran empresario, político o funcionario. Debe querer, debe saber dónde se mete y por qué. Se le debe exigir al máximo y así sólo serán capaces de significarse como personas dignas de honor.

martes, 6 de diciembre de 2011

¿Cómo funciona el mecanismo?

Me di cuenta de la importancia del dinero demasiado tarde. Igual que un niño no sabe que la leche viene de las vacas, tampoco sabe que hace falta ordeñarla, almacenar esa leche, tratarla, embotellarla, transportarla al supermercado, venderla, comprarla con un dinero y echarla en el vaso en casa. No se imagina el esfuerzo energético, ambiental y humano que va en tener un vaso de leche encima de la mesa. En la sociedad en la que vivimos el esfuerzo es lo mismo que el dinero y no somos capaces de vislumbrar, ni por asomos, cómo funciona el mecanismo de nuestra sociedad.

Cuanto más compleja sea la realidad y más difícil sea interpretarla, más control y mejor vivirán aquellos encargado de hacer ese trabajo por nosotro. No podemos comprender cómo funciona todo, no existe tiempo material. Ni tampoco entendederas suficientes para encajar las piezas. Por eso hay fanáticos del apocalipsis económico ignorantes de lo que significan sus eslóganes. No podemos comprender ni queremos. Delegamos y ponemos nuestra confianza ciega en gente que es igual que nosotros que, a su vez hacen lo mismo con otras personas.

El votante deposita su confianza en el político, y éste a su vez en los mercados. Y los mercados, que son gente como tú y como yo deciden. El dinero es el que marca la pauta y el que lo maneja no es distinto a ti. Salvo por una circunstancia geográfica y accidental. Él no es tú. Para comprender cómo funciona el mecanismo del fin del mundo por lo tanto bastaría hacer una mirada introspectiva a nuestras pasiones, ambiciones y deseos. De hecho, si nos gobiernan con tanta maestría es porque ellos echaron esa mirada primero y saben lo que queremos: seguridad. Al fin y al cabo no somo más que animalillos dando vueltas alrededor del sol a lomos de una piedra gigantesca.

Si algo ha demostrado la historia es que el hombre, como hombre, se equivoca y además es capaz de repetir un error. Hasta superarlo. El universo se expande, también la visión del hombre. Es un flujo constante que avanza por mucho que parezca que volvemos una y otra vez a la misma piedra. Cada vez tropezamos con una más grande, pero el avance es mayor. Somos seres reflexivos capaces de encontrer soluciones nuevas.

¿Por qué no nos cuentan esto en los telediarios? La mercantilización de todas las facetas de la vida ha hecho que estemos perfectamente domesticados. Somos esclavos de nuestra propia máquina por propia voluntad. Hemos puesto la ciencia, el arte y la moral al servicio de un sistema que nos eximía de responsabilidades mediante la consideración de la inevitabilidad del progreso. Bienvenido al futuro, nunca pudiste evitarlo.

Está en nuestro ADN que hacer las cosas bien es de pobres ingenuos porque para triunfar hay que saltar por encima de los demás. El sentido de la vida es tener dinero para vivir. El otro día leía un economista afirmar que quizá no se pueda conciliar la vida laboral con la familiar. ¿Pero quién necesita a la familia? Somos individuos, somos islas que sólo necesitan trabajar para tener dinero con el que poder vivir. Alienación, soledad, insensibilidad, deshumanización.

Pero no es obligatorio. No está escrito en ninguna tabla sagrada ni lo ordena una autoridad cósmica. Tampoco es la Ley ni la ley. Si somos, somo con los demás. Y lo más bonito es que ser humano no implica ser mezquino o solidario. Implica que tú lo eliges. La libertad puede condenarnos o llevarnos a un lugar mejor. Tan sólo hace falta ponernos de acuerdo otra vez. Si aceptamos la soberanía de los sacerdotes, reyes y capitalistas, también podremos decidir qué les vamos a exigir.

Es así cómo funciona el mecanismo, hay que entenderlo para cambiarlo. Y eso es lo que voy a pretender.


domingo, 20 de noviembre de 2011

La ¿fiesta? de la democracia

Esta mañana he ido a votar. No era muy pronto, pero a decir verdad pensaba encontrar menos gente.

Por la rampa de acceso al colegio electoral, gente más joven, más vieja, solos, con niños o en pareja iba a votar. A la salida, al bajar por esa misma rampa, subía una columna de ancianos (eran un auténtico ejército), caminando o algunos en sillas de ruedas, supongo que provenientes de alguna cercana residencia geriátrica.

Delante mía, una señora con el pelo cano pone la mano suavemente sobre el brazo de otra señora también mayor. "¡Hasta luego!", le dice. "Hay que cumplir", le contesta la segunda. Y con una sonrisa por saludo, la una baja y la otra sube, empujando una silla de ruedas por la suave pendiente.

Hay que cumplir. Ésa es la clave. ¿Hay que hacerlo? Bueno, podemos pensar en qué es la democracia. Bañada por el mediterráneo griego, y más longeva que casi todos los olivos milenarios, su aplicación sin embargo ha sido tibia durante casi toda su existencia. Y ahora parece que sí, que se le atribuye rango de fiesta, se le reconoce. Se celebra.

Pero esto no ha caído del cielo. Para que algunos podamos cumplir, incluso para que haya quienes estén en su derecho de no cumplir, otros han dejado la piel, la sangre, las entrañas y la vida en ello. Esto no ha sido gratis. Si la tiranía del laurel romano la diluyó en la Historia, rostros curtidos, maños callosas y algún político o noble más o menos ilustrado la devolvieron al primer plano, mas no sin esfuerzo. Y, salvo los últimos, mucho me temo que fue a base de pistoletazos, navajazos, bombas o golpes. Y después, patíbulos ensangrentados.

¿Le damos lo que merece a la Democracia? ¿Correspondemos ahora a los esfuerzos de aquellos que tanto padecieron, y que nos dejaron un mundo más fácil? Claramente, no. La abstención es desinterés; y el desinterés suele aparejar falta de compromiso. E insisto: esto no es gratis.

Pero no somos sólo nosotros. Es el modo en el que esto está planteado. Que cada dos o tres años nos vayamos a dar un garbeo al colegio electoral dista años luz de aquellos foros en los que se reunían griegos y romanos a discutir. Hasta no hace mucho, es verdad que no se podía; el sobredimensionado Estado moderno es más difícil de manejar que la polis griega; y no es igual votar a mano alzada entre cien, que a lo largo y ancho de la nación de cuarenta y cinco millones de almas.

Pero, cada vez más, la tecnología provee de medios. La instantaneidad de la vida cotidiana, en especial de la información, puede y debe hacer que se recupere el origen, la raíz de este sistema que, si bien no es perfecto, es el menos malo de cuantos se han planteado. La polis tecnológica no es algo imposible; si esa misma tecnología ya ha planteado el mundo como un bazar inmenso, ¿porqué no con el voto? Esto favorecería el interés, disminuiría la abstención y la apatía.

Porque no es cumplir. Y es tan fiesta como la llegada a aquellos rincones rurales, no hace tantos años, del agua corriente. Se celebró cuando vino, pero ahora toca vivirlo cotidianamente, exigirlo y mejorarlo cada día.

Y somos nosotros los fontaneros de este privilegio y derecho a un tiempo.

Por ti, por los tuyos; y por los que lo hicieron posible. A quien quieras. Pero vota.

domingo, 19 de junio de 2011

¿El huevo o la gallina?: Parménides y Heráclito

 
En sus primeros años los filósofos se dedicaron, de forma más o menos práctica, a sentar las bases de las primeras ciencias tal y como las conocemos. Los filósofos se dedicaban a la biología, a la física, a la matemática, a la música y a otras disciplinas, buscando patrones que les permitiera construir una ciencia. Y todo eso era filosofía, amor por la sabiduría. Querían encontrar el mecanismo que hacía funcionar la naturaleza y, con él, el de la realidad en su sentido más amplio. En ese contexto, en el siglo VI a.c., dos filósofos coetáneos marcaron el camino que tendría que seguir la Ciencia Primera -Aristóteles dixit- y, curiosamente, el camino tenía dos direcciones opuestas.

Parménides de Elea y Heráclito de Éfeso compartieron la misma época y cultura, pero no misma situación geográfica. Uno en la península itálica y el otro en Asia Menor se decidieron a desentrañar la razón última de la realidad. Durante años los filósofos estuvieron proponiendo diferentes principios para todo lo existente, a los que denominaban arjé. El agua para Tales de Mileto, el aire para Anaxímenes y los cuatro elementos (agua, aire, fuego y tierra) para Empédocles. No es que consideraran que la realidad estuviese formada por átomos de agua o aire, sino que en las característicos de estos se encontraba el nexo de unión de toda la realidad.

Heráclito apostó por el fuego. ¿La razón? Para él representaba las cualidades principales de la existencia: permanente cambio, destrucción y creación en un continuo devenir. Todo cambia constantemente, se genera y se destruye. Mires donde mires el proceso se reproduce. No sólo en los organismos vivos o naturales, también todo aquello que puedas imaginar, artificial o inmaterial. El Cambio, representado por el fuego, era el arjé rector de la existencia. Eso significaba que para Heráclito "ser" significaba "cambiar". Nada hay inmutable.

Sin embargo en ese cambio continuo existen reglas. No se trata de una normativa, sino de una condición de posibilidad. Para que exsta el cambio, que de hecho existe, hace falta unos condiciones que vienen dadas por la dialéctica. La dialéctica establece que para que algo cambie, tiene que contener en sí mismo la negación. O más sencillo, para que una semilla de una manzana pueda transformarse en un manzano, no puede ser el manzano. Un manzano no puede cambiar para ser un manzano si, de hecho, ya es un manzano. El hecho de que existieran condiciones para posibilitar el cambio le dijo a Heráclito que existía un principio dentro del cambio, o un principio dentro del principio. Una ley que calificó de logos -razón en griego- por la cual todo el cambio se generaba en armonía. Por lo tanto la armonía del cambio, regida por el logos, era el proceso de creación y destrucción del universo que dotaba al mismo de sentido.

"En el mismo río entramos y no entramos porque somos y no somos" estableció Herácito. Al igual que un río, en cada instante tiene diferente partículas de agua en el tramo que observamos, sin dejar de ser un río, nosotros somos y no somos la misma persona, ya que vivir es cambiar. Sin embargo el cambio es determinado por el logos o razón, aunque lamentablemente no sea muchos los que sean capaces de descubrirla para obtener conocimiento cierto. Es difícil conocer algo que en apariencia -y en esencia- es contigente y sujeto a cambio perpetuo. ¿Cómo hacer matemáticas si 2+2 no arroja siempre el mismo resultado?

Lo mismo debía pensar Parménides a miles de kilómetros de Éfeso, en Elea. Estaba decidido a a encontrar el secreto que escondía la expresión "que es", es decir, averiguar que era lo que hacía que algo "fuese". Y tuvo uuna intuición del todo contraria a Heráclito: si bien es verdad que todo cambia, hay algo que permanece que permite a las cosas ser lo que son. Un niño cuando crece se convierte en un hombre, y eso no evita que nos refiramos a la misma persona. Nosotros en la actualidad tenemos conciencia de que somos la misma persona que la de las fotos de cuando éramos niños cuando sabemos que no compartimos ninguna célula con ella.

Lo que somos es lo que permanece. Igualmente, el manzano con frutos o sin hojas, sigue siendo un manzano pese al cambio. Para Parménides ahí radica el hecho de que algo sea, eso que permanece frente al cambio. Por lo tanto se opuso aparentemente a Heráclito, ya que el cambio era despreciable, lo interesante era lo que permanecía. Así, si buscaba un principio que compartieran todas las cosas existentes, debía buscar aquello que permaneciese en todas ellas sin excepción. Y precisamente, lo que permanecía, era el Ser, arjé de todas las cosas.

“Es necesario decir y pensar que el ser es y que el no ser no es”. Esta sentencia del filósofo, pese a su obviedad, es la conclusión más interesante e influyente de la filosofía. Más incluso -y precursora- del "pienso luego existo" cartesiano. Para Parménides las cosas son porque son, y por tanto no pueden ser. Si todo el universo existente es de forma inmutable, no puede haber nada fuera de él. No puede exister algo que no es. Si imaginamo el universo como una esfera flotando en el vacío, el ser estaría dentro y el no ser estaría fuera. Y fuera exclusivamente estaría el vacío porque, de aparecer algo por allí, pasaría automáticametne a formar parte de la esfera. Por lo tanto dentro del Ser no existe el cambio, es inmutable, indestructible -no puede dejar de ser- e infinito. Tampoco "existe" el cambio, ya que no hay dialéctica para Parménides -las cosas son lo que son, pero no pueden "no ser" otra cosa para posibilitar el cambio-.

Mientras que el mundo de Heráclito era dinámico y continuo, el de Parménides era estático e inmutable. ¿Vosotros cuál preferís? La historia de la filosofía prefirió la versión de Parménides, que permitía un estudio más detenido y reflexivo de las cosas. De hecho, su influencia pasó a Sócrates y, de ahí, a Platón. El Mundo de las Ideas platónico es el mundo de lo verdaderamente real -ontos on en griego- y, por tanto, el ámbito del Ser. Lo sensible, lo corruptible y contigente pasó a ser para la filosofía un lugar en el que no se podía confiar. Para Platón el cuerpo -sensible y sujeto a cambio- era la cárcel del alma -que el filósofo identifica con lo que realmente somos-. Ese desprecio a lo contigente durará más de 2.000 años. Hoy en día las cosas que más se valoran son, de hecho, las que permanecen.

Desde Parménides, vía Platón, la filosofía en su versión más pura -la metafísica- ha intentado encontrar y describir el Ser de Parménides. Con sus aciertos y olvidos. En la filosofía relativamente contemporánea, Martin Heidegger afirmó que Parménides había sido el primero y el último en hacerse la pregunta por el Ser, errando todos los que fueron después. Fiedrich Nietzsche, por otro lado, dijo que el mundo había olvidado a Heráclito y había echado el resto por Parménides, constriñendo la vida. Para él la vida era cambio, destrucción y creación. La principal diferencia con Heráclito es que para Nietzsche todo es devenir sin sentido -nihilismo-, mientras que para el de Éfeso existía un logos que guiaba el cambio.

¿Qué va antes, el huevo o la gallina? ¿Qué es lo que realmente existe? ¿El cambio o lo que hay antes y después del cambio? Normalmente se considera a Platón y Aristóteles como los padres de la filosofía. El primero marcando el camino para los racionalistas e idealistas, el segundo para empiristas y materialistas. Sin embargo fueron Heráclito y Parménides los que sentaron las bases con mayor o menor exito. Nuestra forma de pensar la realidad fue definida hace 2600 años, mientras todo lo demás cambia a una velocidad de vértigo. Parménides en la forma de pensar, Heráclito en la de actuar, la influencia de la filosofía abarca mucho más de lo que pensamos y sus raíces son profundas.

domingo, 20 de febrero de 2011

Los primeros pasos del hombre...

El nacimiento de la filosofía no fue algo fabuloso. Como todo a lo largo de la historia, fue un proceso que maduró hasta caerse por su propio peso. El hombre, en esencia, es una pregunta lanzada al universo. Una incertidumbre. Por eso tiende de forma natural a conocer. Pero una cosa es una incógnita y otra muy distinta su respuesta.

Antes del comienzo de la filosofía el hombre ya intuía que el mundo era mucho más complejo que lo que sus instintos le advertían. Ahora estamos acostumbrados a domesticar los elementos, a adaptar la naturaleza a nuestros deseos. Pero hace miles de años el ser humano era simplemente un espectador de un mundo en constante cambio. Y tuvo que buscarle un sentido.

La primera forma que tuvo el hombre de afrontar este tipo de preguntas fue recurriendo a la imaginación. Y cuando hablo de imaginación no me refiero a su capacidad de inventiva, sino a la capacidad humana de representar en el pequeño teatro de nuestras mentes la realidad que nos rodea. Sólo así podemos establecer comparaciones entre objetos que, en la realidad, no son ni parecidos.

El problema de la comparación es que siempre se necesitan referencias y para los primeros seres humanos todo giraba en torno a ellos. Por eso su explicación de los fenómenos naturales pasó a tener un cariz de premio o castigo. Un volcán era un castigo, un día soleado un premio. La superstición y la espiritualidad nacieron de ese caldo de cultivo. Los dioses comenzaron siendo elementos naturales –una montaña, un oso, un árbol- que decidían sobre el destino de los hombres (su sombra, su fuerza, sus frutos). Y es curioso que una de las primeras deidades antropomorfas fuera una mujer: símbolo de la vida.

Sin embargo las comparaciones se fueron complicando y el hombre fue conociendo más del mundo. Los árboles, los osos y las montañas no eran más que otros “actores” dentro del gran teatro del mundo, por lo que se tuvo que buscar otra explicación. Así el hombre comenzó a proyectar su imagen en entes sobrenaturales de poderes ilimitados y atribuciones humanas. Los primeros dioses comenzaron a convivir con los hombres, dando respuestas allí donde el hombre no veía más que interrogantes.
Así nació el mito. Hubo un lugar fuera del tiempo en el que los dioses llevaron llevaban a cabo sus trabajos, dejando pistas de su presencia en la tierra. El sol era una deidad condenada a la muerte y resurrección por el despiadado asesinato de su hermano. Los volcanes eran las fraguas de herreros fabulosos esperando la vuelta al trabajo y el fuego o la escritura eran sus regalos.
El volcán Mayón, en Filipinas. vía rnw.nl
Conforme el conocimiento del hombre seguía creciendo, cada vez era capaz de crear mitos más complejos. Había quedado establecida una forma de pensar universalmente válida. La lluvia no podía ser otra cosa que las lágrimas de los dioses y las olas del mar su furia dormida. Normalmente todo quedaba establecido en un pasado mítico, que servía de génesis. La propia existencia del ser humano comenzaba con la existencia de estos dioses, creados a su imagen y semejanza.

El pensamiento mítico era algo perfectamente razonable. Es un hecho demostrable que allí donde ha habido personas ha habido también dioses y héroes. Y éstos eran más complejos cuanto más compleja era su cultura. La creación de ritos y tradiciones sirvieron para comulgar y traerlos desde el hecho mítico a lo cotidiano.

Posiblemente la mitología más reconocida en todo el mundo sea la griega. No en vano los nombres de Zeus y Hércules son más conocidos que los de Odín y Thor. Todo el mundo tiene la imagen del barbudo e iracundo dios griego con un rayo en su mano o a Hércules en alguno de sus famosos trabajos. Menos son los que reconocerían a Odín con su parche y su cuervo espía, o a Thor y su martillo de trueno.

La mitología egipcia, la nórdica o la americana son muy ricas y, no obstante, no lograron la influencia que lograron los dioses griegos. Tiene mucho que ver el hecho de que la cultura occidental haya dominado el mundo, pero esto no es casual. O sí, todo depende. Lo cierto es que la mitología más famosa del mundo lo es, precisamente, por ser la primera en ser superada.

El nacimiento de lo que llamamos filosofía se trató precisamente de una forma nueva de pensar. Tras siglos, por no decir milenios, aplicando el mismo esquema mítico para explicar el mundo, en la zona más oriental de Grecia, en Asia, la humanidad cambió de enfoque. No fue algo fabuloso, sencillamente fue un paso lógico. Precisamente lógico.
Demostración del Teorema de Pitágoras. vía iesbarriodebilbao.es

El paso del mito al logos es uno de los tópicos en la explicación de la filosofía. Ahora vemos los mitos como unos cuentos antiguos, pero eran mucho más. Una forma de ver el mundo, su forma de interpretarlo. De dar una razón a lo que no podían comprender. Y es la razón, o logos, lo que va a protagonizar el siguiente paso en busca de la respuesta a la incógnita que nos constituye.

El paso del mito al logos se produjo de forma casual y, aunque ahora parezca mentira, tuvo mucho que ver la ciencia. Los primeros filósofos –o amantes de la sabiduría- no se hicieron grandes y transcendentales preguntas. Al revés, afrontaron los mismos problemas a los que se había enfrentado el resto de los hombres. Su primera pregunta se centró en la Naturaleza.

Es un hecho que el nacimiento de la filosofía fue posible gracias a la posibilidad de un puñado de griegos de estar ociosos la mayor parte del tiempo. La esclavitud permitió a algunas personas un tiempo libre que para nosotros ahora no sólo es normal, es un derecho. La mayoría de la gente debía doblar el espinazo para seguir adelante y la única explicación sobre el mundo la encontraban en Homero y Hesíodo. Que para eso habían recopilado todos los mitos en una especie de compendio sobre el mundo.

Pero para los primeros filósofos Homero y Hesíodo no iban al fondo de las cosas. Por supuesto que había dioses y claro que posiblemente habían hecho todo eso que cantaban los poetas. Pero faltaban cosas, había huecos en blanco. Por eso se decidieron a desentrañar los misterios de la Naturaleza con la única herramienta que les quedaba, la razón. Parece mentira que este conflicto comenzara hace ya tantos años, pero donde los dioses no llegaban el hombre impuso la razón.

Todo el mundo conoce a Pitágoras. Fue uno de los primeros filósofos, aunque todo el mundo le recuerde de sus libros escolares de matemáticas. Tenía muchas e interesantes teorías acerca de la realidad y la Naturaleza, pero se le conoce sobre todo por su teorema: el cuadrado de la hipotenusa de un triángulo es igual a la suma de sus catetos al cuadrado. La importancia de este teorema es muy singular y es equiparable al “pienso, luego existo” de Descartes –otro ilustre matemático-.
Para Empédocles el mundo está compuesto por 4 elementos

Aunque hay teorías más bizarras, el teorema de Pitágoras demuestra que el mito estaba dejando cosas por el camino. Que la simplicidad de la respuesta mítica o supersticiosa servía para salir del paso, pero que en la Naturaleza y en la vida existían muchas cosas a las que el hombre podía acceder sin ayuda sobrenatural. Constantes que igual habían dejado ahí los dioses, pero que eran accesibles por otro camino que no era la imaginación. Un conocimiento cierto sobre la realidad y el mundo a la que accedía el hombre por sí sólo.

Es posible que al principio los primeros filósofos fueran vistos como unos dementes que se dedicaban a diseccionar animales, cavar agujeros y mirar durante horas el cielo estrellado. Por fortuna la Grecia de entonces era un crisol de culturas por su intensa actividad comercial y era tolerante con casi todo. Porque la moda del “logos” o de la razón se extendió y se estableció, dando lugar a la ciencias naturales, sociales y humanas. Al avance y progreso que ha llevado a estar por delante a sus herederos durante siglos.

Una moda que llevó al hombre a conquistar el escenario del mayor espectáculo: la vida en la tierra.

*Nota al pie

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