domingo, 20 de noviembre de 2011

La ¿fiesta? de la democracia

Esta mañana he ido a votar. No era muy pronto, pero a decir verdad pensaba encontrar menos gente.

Por la rampa de acceso al colegio electoral, gente más joven, más vieja, solos, con niños o en pareja iba a votar. A la salida, al bajar por esa misma rampa, subía una columna de ancianos (eran un auténtico ejército), caminando o algunos en sillas de ruedas, supongo que provenientes de alguna cercana residencia geriátrica.

Delante mía, una señora con el pelo cano pone la mano suavemente sobre el brazo de otra señora también mayor. "¡Hasta luego!", le dice. "Hay que cumplir", le contesta la segunda. Y con una sonrisa por saludo, la una baja y la otra sube, empujando una silla de ruedas por la suave pendiente.

Hay que cumplir. Ésa es la clave. ¿Hay que hacerlo? Bueno, podemos pensar en qué es la democracia. Bañada por el mediterráneo griego, y más longeva que casi todos los olivos milenarios, su aplicación sin embargo ha sido tibia durante casi toda su existencia. Y ahora parece que sí, que se le atribuye rango de fiesta, se le reconoce. Se celebra.

Pero esto no ha caído del cielo. Para que algunos podamos cumplir, incluso para que haya quienes estén en su derecho de no cumplir, otros han dejado la piel, la sangre, las entrañas y la vida en ello. Esto no ha sido gratis. Si la tiranía del laurel romano la diluyó en la Historia, rostros curtidos, maños callosas y algún político o noble más o menos ilustrado la devolvieron al primer plano, mas no sin esfuerzo. Y, salvo los últimos, mucho me temo que fue a base de pistoletazos, navajazos, bombas o golpes. Y después, patíbulos ensangrentados.

¿Le damos lo que merece a la Democracia? ¿Correspondemos ahora a los esfuerzos de aquellos que tanto padecieron, y que nos dejaron un mundo más fácil? Claramente, no. La abstención es desinterés; y el desinterés suele aparejar falta de compromiso. E insisto: esto no es gratis.

Pero no somos sólo nosotros. Es el modo en el que esto está planteado. Que cada dos o tres años nos vayamos a dar un garbeo al colegio electoral dista años luz de aquellos foros en los que se reunían griegos y romanos a discutir. Hasta no hace mucho, es verdad que no se podía; el sobredimensionado Estado moderno es más difícil de manejar que la polis griega; y no es igual votar a mano alzada entre cien, que a lo largo y ancho de la nación de cuarenta y cinco millones de almas.

Pero, cada vez más, la tecnología provee de medios. La instantaneidad de la vida cotidiana, en especial de la información, puede y debe hacer que se recupere el origen, la raíz de este sistema que, si bien no es perfecto, es el menos malo de cuantos se han planteado. La polis tecnológica no es algo imposible; si esa misma tecnología ya ha planteado el mundo como un bazar inmenso, ¿porqué no con el voto? Esto favorecería el interés, disminuiría la abstención y la apatía.

Porque no es cumplir. Y es tan fiesta como la llegada a aquellos rincones rurales, no hace tantos años, del agua corriente. Se celebró cuando vino, pero ahora toca vivirlo cotidianamente, exigirlo y mejorarlo cada día.

Y somos nosotros los fontaneros de este privilegio y derecho a un tiempo.

Por ti, por los tuyos; y por los que lo hicieron posible. A quien quieras. Pero vota.

*Nota al pie

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