lunes, 30 de abril de 2012

Un color nuevo


Es sorprendente la capacidad de la política para pervertir el lenguaje. Como mostraba tan bien Juan José Millás en su excelente artículo Un sindiós, la política se ha teñido de contradicción incluso en su esencia misma. La política es odiada por los ciudadanos que no ven más que un pozo sin fondo de desesperanza y malos augurios. La situación es tan dramática que preferiríamos que no nos mintieran, que violaran y saquearan lo que creamos juntos sin medias tintas. A saco.

Yo no dejo de darle vueltas. Si las cosas están tan mal, ¿por qué no hacemos nada? Creo que en gran parte es debido a una absoluta falta de imaginación. No existen alternativas porque no somos capaces de imaginar algo nuevo. Repetimos discursos pasados y aplicamos los mismos esquemas que llevamos aplicando desde hace prácticamente 100 años.

El capitalismo no deja de ser un relato sobre el éxito de unos pocos frente a la adversidad. Cómo el espíritu emprendedor del individuo logra sobresalir entre mediocridad general de la sociedad, condenada a depender de los otros. Ahora vivimos las consecuencias de ese modelo, uno en el que unos pocos guían el camino y varios millones viven condenados en las tinieblas de la ignorancia y el sacrificio; para los que saber la verdad -su condena irremediable y mediocridad- sería intolerable. Al individuo sólo se le puede exigir el éxito y la ambición, no la solidaridad. Su trabajo para mejorar las condiciones del colectivo sólo puede calificarse de caridad.

El problema es que el capitalismo etiqueta a los individuos exclusivamente por los números de su cuenta corriente. El emprendedor y el espíritu visionario capaz de disfrutar por completo de sus condición humana ya no es fruto del esfuerzo y el trabajo. Tenemos que pensar que el capitalismo nace con la implantación de la burguesía que luchaba contra los privilegios de los nobles. Ahora son una nobleza nueva, repiten un esquema mental por el que la mediocridad se esquiva por vía hereditaria.

Ahora que la conciencia de esa  mediocridad y los sacrificios han empezado a llegar a las puertas de nuestras casas, nos acordamos de la respuesta que se dio hace más de 100 años aquellos postulados. Se pretendía invertir el orden que establecía la importancia del capital como éxito y se sometía al individuo al colectivo. Se anteponía la imposición del nosotros frente a la libertad individual.

La aplicación práctica de las tesis marxistas en el comunismo pecó de lo mismo que el capitalismo: transformarse en una versión aún más cruel que su enemigo. Al final el Partido se convertía en una élite por encima del bien y el mal mientras que el nosotros perdía toda su dignidad individual. No se podía disentir ni dudar, ya que sólo había que obedecer a un grupo de tiranos que más tarde se negarían a ceder el poder e impondrían su dinastía.

Nuestro lenguaje político está encerrado entre dos visiones contrapuestas de izquierda y derecha. Sí, hay nacionalistas, ecologístas, cristianos y  piratas, pero todos tienen la misma configuración en su cerebro. O todos contra uno o uno contra todos. Nos olvidamos de que a fin de cuentas el capitalismo habla de que la optimización de la competencia traerá un mundo mejor para todos. Y que el marxismo y sus variantes buscan, tras la dictadura comunista, un paraíso en el que la igualdad y el progreso vayan de la mano.

Es obvio que el mundo, desde la grecia clásica, no ha encontrado un sistema acertado. Platón y Aristóteles, que sembraron las semillas de nuestra cultura, también hablaban en terminos parecidos. Aristóteles defendía una aristocracia en su sentido literal, un "gobierno de los mejores". Platón, que también estaba de acuerdo con Aristóteles en el hecho de que debían gobernar los mejores, estableció un modelo estatalista en el que la sociedad estaba por encima de los anhelos de libertad de los ciudadanos.

¿2500 años y seguimos pensando igual? Es curioso. La humanidad en su conjunto ha vivido diferentes procesos que se han mostrado insuficientes a la hora de abordar algo parecido a un gobierno ideal. Las religiones han intentado encontrar su propia solución desde una perspectiva ideal o "divina". Sin embargo el resultado ha sido la repetición de esquemas: Papas, rabinos y ayatolás llamando a la guerra, hombres de fe clamando la venganza contra el infiel. Contra el otro.

Nuestra forma de pensar, sin embargo, ha evolucionado. Ya a finales del siglo XIX el nihilismo -la nada como esencia de las cosas- se cobró sus primeras víctimas. La vida como un sinsentido que no se dirige a ninguna parte. Sólo así se puede entender la actividad depredadora del capitalismo que busca el beneficio para hoy y no aporta soluciones para problemas del mañana. O dictaduras totalitarias donde el precio de la vida es menos que la nada misma que nos rodea. No hay lugar para la esperanza porque no tiene sentido.

Siempre he creído que la razón era una extreña enfermedad. Era para mí el convencimiento absoluto de nuestra insignificancia, de nuestra capacidad de errar. De nuestra debilidad ante miles de cosas que nos sobrepasan. Veo ahora a nuestros líderes y sabios mirar a la razón con esos mismos ojos. Una herramienta que nos hace comprender cada vez más secretos de la naturaleza pero que es inútil para mirar en nuestro interior. Para desentrañar lo que nos hace humanos, tan iguales y tan diferentes, al resto de las cosas.

Pero no es una enfermedad, es la vacuna para todos nuestros males. El dolor, el placer, la alegría o el miedo cobran un sentido gracias a ella y nos hace más fuertes. Nos hace invencibles. Iguala la hetereogénea naturaleza humana. Somos seres racionales, los únicos en este planeta. Somos los únicos acreedores de los derechos, privilegios y deberes para con todo lo que nos rodea, porque somos los únicos que podemos comprenderlos y aceptarlos. Negarlo, sería ir contra nuestra propia naturaleza.

Decir que alguien tiene la solución a un problema que lleva miles de años sin resolverse es de una arrogancia extrema, pero vivimos en un mundo donde sólo cuentan las decisiones individuales porque somos incapaces de pensar como grupo. La experiencia y los intereses hacen que desconfiemos del otro. ¡El miedo es el elemento que cohesiona nuestra sociedad! El miedo al otro, el miedo a perder, el miedo a vivir plenamente. 

Es el miedo el elemento que llevan atizando nuestros políticos desde hace años. "No le vote a él, que es pésimo, vóteme a mí". No sólo eso, cuando venden esperanza, como Obama y el "Yes, we can", la decepción es inmediata. Estamos siempre amenazados por los otros. Y lo más bonito es que vivimos -algunos pocos- en democracias universales donde la mayoría piensa como unas mínimas minorías.

Creo que la crisis que vivimos, no sólo la económica, también la cultural y social, se debe a una completa incapacidad de pensar en algo nuevo. Algo radical y diferente. Como si buscar una solución a el sumidero oscuro hacia el que nos escurrimos fuera igual que inventar un color nuevo. Ni el "nosotros" ni el "individuo", sólo la terrible soledad de un hombre terriblemente viejo.

miércoles, 25 de abril de 2012

¿Dónde está el dinero?


"No hay dinero". "Insostenible". "Austeridad". El sueño capitalista se esfuma y empezamos a ver la otra cara de sus relucientes monedas. Acostumbrados a ver los problemas del mundo desde la barrera, ahora la marea negra de la pobreza se ha instalado en nuestros hogares. Miedo, inseguridad y una completa falta de esperanza. Yo he dicho muchas veces que el crecimiento desaforado no llevaba a ninguna parte y, definitivamente, hemos llegado a ninguna parte.

Ahora parece que nuestra única opción es apretar los dientes y aguantar con resignación el abuso y la pérdida de derechos. Para nosotros es algo nuevo pero en muchos lugares del mundo llevan décadas deprimidos soportando lo mismo. Exactamente lo mismo. Gobernados por corruptos, sometidos sin derechos y pagando deudas históricas que nunca se saldan. Algunos creen ahora que indignándose las cosas van a cambiar. Lo siento pero no, tenemos mucho que aprender.

Hemos sido capaces de proezas increíbles como humanidad, sin embargo el problema más antiguo del mundo sigue sin solución: el sufrimiento humano. La salida de la crisis -no un parche que permita aguantar otra década o dos- no se encuentra en los libros de texto ni en el genio de los economistas más capaces. No es una revolución sangrienta ni la imposición de un sistema opuesto. Es una batalla con nuestras propias conciencias. Debemos decidir libremente qué queremos ser.

Sin embargo, aunque haya cuestiones capitales cuya resolución podría ahorrar años de sufrimientos inútiles, nuestros líderes y expertos se empeñan en señalarnos las cifras. Los números rojos y las tijeras con las que se disponen a salvarnos. No se cansan de repetir "no nos gusta, pero debemos hacerlo" mientras sacrifican lo que ha costado mucho tiempo consolidar. Están aplicando un tratamiento brutal a la sociedad para eliminar el "cáncer" de la deuda dejando muy poco margen para que sobreviva algo en ella. Quemar el bosque para acabar con la plaga. Sin bosques no hay plagas que afecten a sus hojas.

"Hemos -cuando quieren decir habéis- vivido por encima de nuestras posibilidades" dicen. Y podemos estar de acuerdo, muchos de hecho lo están. Pero, ¿nadie se ha preguntado dónde está todo ese dinero que se supone debemos? Y lo que es más importante para un ciudadano responsable: ¿a quién se lo debemos?

Yo no dejo de darle vueltas. Grecia, Irlanda, Portugal, España... tienen problemas para pagar a sus acreedores y están sufriendo consecuencias devastadoras. Después de ver el sufrimiento de poblaciones de países alrededor del mundo sin que nadie moviera decididamente un dedo no debería extrañarme. A los que hace cuatro días acusaban a los gobiernos de los países subdesarrollados de someter a sus poblaciones mientras lavaban sus manos con el dinero de las empresas establecidas allí, tampoco. Al parecer nuestros políticos y los suyos no son tan diferentes.

No me gustan las deudas, menos las que sé que no puedo pagar. Cuando debo dinero a mí me gusta saber a quién se lo debo, es bueno saber quién te ayuda o te echa una mano al cuello. No es lo mismo que te deje dinero Tony Soprano que un préstamo del Monte de Piedad, aunque siempre es preferible el mafioso a los mercados. Tony por lo menos da la cara. Nosotros, sin embargo, no sabemos absolutamente nada de quién nos dejó el dinero o a quién se lo debemos.

Porque claro, el país, que somos todos, debe apretarse el cinturón y reducir costes porque debe mucho dinero. Y si debe mucho dinero se lo debe a alguien. ¿A quién? No lo sabemos. A jeques árabes, a fondos de inversión londineses o a pensionistas japoneses. Si te paras a pensar, su anonimato es lo mejor para el mantenimiento del sistema. ¿Se imagina usted que un país recortase 10.000 millones en educación y sanidad por una deuda contraída con un grupo de jeques árabes? ¿O con una dictadura comunista que oprime a su pueblo de forma aceptable para el doblepensar capitalista? Igual alguien tendría la tentación de pedir renegociar la deuda, dialogar o evitar el sufricimiento de sus ciudadanos. El enemigo invisible no se puede combatir. De todas formas tampoco podríamos hacer nada. Si no respetan a sus ciudadanos, ¿por qué iban a hacerlo con nosotros?

La situación podría ser incluso peor. Que miles de pensionistas japoneses descubrieran que han hipotecado su futuro comprando deuda a unos señores demasiado ocupados en levantarse estatuas y panteones de asfalto, acero y ladrillo. Si España quiebra probablemente perdamos los dos, aunque ni ellos ni nosotros nos deseemos ningún mal. Porque lo que no logro entender es, ¿dónde está todo su dinero? 

Yo me lo imagino del siguiente modo: un país necesita dinero -para algo, se supone- y se ofrece para aceptar préstamos. Un grupo de inversores, directamente o mediante intermediarios como los fondos de inversión, se lo prestan con un interés determinado. Es responsabilidad de ese país usar ese dinero a sabiendas de que deberá devolverlo en un determinado plazo de tiempo. Para generar beneficios mayores a sus necesidades de financiación -dinero prestado más los intereses- ese país invierte -gasta dinero- de diferentes formas: obra pública, préstamos a emprendedores, inversión sanitaria, servicios, etcétera. Si la economía del país crece, mayores intereses podrá permitirse. Si decrece, menos.

Los inversores para obtener beneficios meten dinero y eso es lo que esperan de vuelta: dinero. Cuando el país transforma ese dinero en material sanitario, ladrillos, acero, nóminas de funcionarios o créditos, ese dinero no se destruye, pasa a otras manos. El dinero fluye, no desaparece. Bien, si el estado ha pedido dinero a un inversor y ahora tiene que recortar en sanidad para devolvérselo... ¿Dónde está?

Uno puede decir: "se lo han quedado los ciudadanos", pero no sé si es del todo correcto. Si el estado gasta 100 millones de euros en una carretera, parte de ese dinero irá a los trabajadores de la obra, efectivamente. De hecho se pagaran muchas nóminas. Bien, ¿qué ha hecho el obrero para decir ahora que no tiene dinero? La vida tiene muchos gastos. Comida, transporte, impuestos y por supuesto vivienda. La deuda hipotecaria de los ciudadanos españoles es asfixiante y la señalan como la mayor culpable de nuestros males.

Entonces uno puede decir: "el dinero lo tienen los bancos". Sin embargo eso también parece erróneo. Los bancos, al igual que un estado, pidieron dinero a bancos más grandes y a inversores para hacer negocio. Ellos obtenían dinero a un interés determinado y a su vez lo ofrecían al obrero -o empresa- para que se comprase un coche, una casa o una oficina con un interés mayor. Cuanto más dinero movían, más crecían. Y cuanto más crecían más podían endeudarse. Sin embargo ahora los bancos tampoco tienen dinero porque el obrero tampoco puede pagarle, y por lo tanto, no pueden endeudarse con el exterior. Al parecer prestaron demasiado dinero para una única cosa: la construcción. Ahora las grandes constructoras les han dejado un enorme stock inmobiliario cuyo valor no se corresponde con lo que pagaron por él.

Consecuentemente diremos: "el dinero lo tienen las constructoras, que se inflaron a construir y vender casas". Tampoco es del todo verdad. Bueno, es verdad que se inflaron a construir y vender casas. Cuantas más casas construían, más vendían. Al vender muchas casas el precio de las casas subió y todo el mundo quería su parte del pastel. Cuanto más crecían, más créditos pedían a la banca para poder construir más casas y así ganar más dinero. Los bancos, inversores y particulares como el obrero compraban casas porque su precio crecía continuamente. Era un auténtico milagro. Un ladrillo que costaba 1, pasaba en pocos años a costar 5. La multiplicación de los panes y los peces. 

Sin embargo llegó un momento en que el obrero se encontró con que no podía pagar la casa. Las casas eran más caras de lo que él se podía permitir. Como las constructoras, en su ceguera, no contaban con eso, tenían una deuda tan mastodóntica como sus previsiones de crecimiento. En ese momento alguien se dio cuenta de que tal vez un ladrillo que costaba 1 no podía costar 5 en tan poco tiempo; a fin de cuentas es un ladrillo cuya mayor aportación a la humanidad es estar en su sitio. La sombra de duda sembró el pánico. El precio de la vivienda bajó lo suficiente como para que las constructoras se quedaran con una deuda demasiado grande para ritmo de crecimiento que se les imponía ahora, más lento. Los bancos tuvieron que renegociar sus préstamos y dejaron de crecer tan rápido ellos también. Los inversores y bancos más grandes oliéndose el percal decidieron cerrar la barra libre a los bancos españoles.

Las cajas y bancos cobraban a las constructoras en especie, porque el dinero de los constructores se había esfumado en materiales y nóminas de trabajadores a los que hubo que despedir. Se tuvieron que quedar con todas esas casas por las que habían pagado bastante más dinero que su precio real. Pensaban que la gente compraría esas casas y contratarían hipotecas con ellos y el dinero volvería a moverse. Desgraciadamente el obrero no podía comprarse una casa con salario, mucho menos sin él. Los bancos restringieron créditos y comenzó el estrangulamiento de empresas e instituciones. ¿Resultado? Más paro, menos consumo y menos dinero en las arcas de los bancos.

Por fortuna estaba el Estado para ayudar. Obviamente el dinero que repartía la banca a sus ciudadanos fomentaba el crecimiento del país. ¿Que todo trataba de inflar el precio del ladrillo? Pues se financiaba la compra de casas con exenciones fiscales a compradores y especuladores. Así seguía subiendo su precio y el dinero seguía alimentando a los bancos. Por eso, cuando los bancos se vieron sin un duro y montañas de ladrillos en su caja fuerte, llamaron a Moncloa para que los rescatara. El Estado debía endeudarse, no para un crecimiento futuro, sino para sufragar el crecimiento pasado.

Al final todo el país debía pedir dinero para poder meterlo en los bancos, cuya deuda crecía a la misma velocidad que la del propio país. Cuanto más pedía España para dar a sus bancos, más caro le salía a éstos pedir dinero fuera. Obviamente endeudarse para pagar deudas sólo sirve para pagar aquellas más inmediatas. Los bancos iban salvando sus vencimientos más o menos, sin permitirse el lujo de dar un crédito a las empresas y particulares con temor a que no se lo pudiese devolver. Suficiente tendría el contribuyente con pagar la deuda necesaria para rescatarle.

Supongo que 5 años después es muy fácil darse cuenta que por muchas casas que plantes los miles de millones que se mueven para financiar el mercado inmobiliario vienen de fuera. Y hay que devolverlos. También es fácil ahora deducir, en vivo y en directo, que si tu prioridad es devolver la deuda mediante más deuda en algún momento alguien dejará de prestarte. Por eso los sabios de Bruselas imponen la austeridad. Porque todo lo que tenemos debe ir destinado a tapar ese enorme agujero.

¿A dónde lleva ese agujero? O más bien, ¿dónde va el dinero que cae por ese sumidero? En este momento, si la mayoría de españoles -clase media- diésemos todo nuestro dinero a  esos acreedores misteriosos me temo que no tendríamos suficiente para saldar las deudas. Tendríamos que trabajar gratis para ellos una buena temporada para poder cumplir nuestro compromiso. Un caso paradigmático de ésto es Grecia. Tras despertar de una orgía de corrupción política sin precedentes -ningún responsable ha pagado por falsear las cuentas- no tienen la capacidad de pagar lo que deben. ¿En qué se gastaron todo ese dinero? ¿Hicieron yogur con él?

Los griegos recibieron un montón de suculentos préstamos por parte de bancos franceses y alemanes basándose en las estadísticas completamente falsas de crecimiento que mostraba el gobierno heleno. Es interesante que la gente acuse a los griegos de aprovecharse de lo que pasaba cuando los lumbreras de Berlín, París y Bruselas se hacían los ciegos; mientras el dinero se movía y ellos ganaban, al menos nominalmente, suculentos beneficios. Que obviamente les permitía endeudarse a ellos aún más.

Ahora que Grecia ha perdido ese dinero en no sabemos qué, los bancos alemanes y franceses se encuentran con una gran deuda. Ellos contaban con miles de millones de intereses de los griegos en sus cuentas de resultados y ahora sólo tienen un agujero. ¿Qué puede hacer Europa? Rescatar esos bancos inyectándoles dinero vía Grecia. 

Alemania y Francia, además de un mercado exportador bastante más sólido que el de España, también tienen una ciudadanía bastante más consciente de su poder. ¿Por qué no rescatan Alemania y Francia a sus bancos como aquí, ellos que pueden? Básicamente para no perder votos. Prefieren atizar a los griegos llamándolos vagos y maleantes mientras piden a todos los europeos dinero para salvar a los irresponsables vecinos del sur. Así financian indirectamente a su sector financiero sin una gran sangría de votos. Cuando los griegos no puedan aguantar más, sus bancos habrán salvado en gran parte su exposición y podrán ser rescatados de forma más asequible por los grandes padres de la patria. Lo que les pase a los griegos, irlandeses, portugueses o españoles es lo de menos.

¿En qué se gastaron los griegos el dinero? Bueno, pues por ejemplo en importar cosas desde Alemania. Las empresas alemanas, que hicieron sus deberes hace ya 10 años, han estado obteniendo jugosos beneficios de la orgía crediticia de Grecia. Por desgracia ese dinero se lo gastaron los griegos, no lo prestaron, y pertenece a los empresarios alemanes. Ese dinero, vía impuestos y nóminas, acaba en el bolsillo de los alemanes, aunque la mayor parte vuelve en forma de créditos al flujo monetario de sus bancos... que recordemos tenían un agujero.

Visto lo visto, quizá el dinero lo tengan los alemanes. De hecho les va bastante mejor que a nosotros, al menos a nivel de país. Porque aunque presenten unas cuentas envidiables, los ciudadanos alemanes llevan años sufriendo en sus carnes reformas de toda índole y pérdida de sus derechos. A un nivel macro Alemania funciona mejor que muchos, a un nivel micro alemania no tiene nada que envidiar a cualquiera. Sus ciudadanos han visto recortadas sus prestaciones, sus salarios, sus privilegios adquiridos y su futuro. Minitrabajos mal pagados y subsidios miserables para maquillar que un país puede parecer que funciona aunque su población no esté tan bien. ¿Puede Merkel permitirse el lujo de pedirles aún más sacrificios a los alemanes para pagar las deudas de los irresponsables griegos? Prenderían fuego al Reichstag otra vez, y viendo lo que pasó la otra vez, Merkel sacrificaría a sus propios hijos antes.

Teniendo en cuenta que las empresas alemanas dependen de sus exportaciones, si no venden como antes, su crecimiento se resiente, sus necesidades de financiación también y la bola empieza a girar de nuevo. La mayoría de sus exportaciones eran a sus vecinos de Europa, que ya no están para importar demasiado, así que si España o Italia caen, u Holanda o Francia entran en recesión -hoy entraba Reino Unido- puede que se vea ella también asediada por el agujero de la deuda.

Pero repito, ¿dónde estará el dinero? Si los alemanes tampoco lo tienen, que es la primera economía de Europa, igual está fuera. Por ejemplo, millones de españoles toman café. Ese consumo se debe traducir en una serie de movimientos de capital. En primer lugar los diferentes impuestos. Viendo la incapacidad de retener dinero de los estados, lo dejaremos pasar. Lo siguiente es la producción  y comercialización del café. En él se usan más materias primas que el propio café, como el petróleo -transporte, fabricación de los materiales o el consumo energético de la fábrica- para su explotación. Por lo que cuesta un café parece increíble la cantidad de céntimos que se van quedando por el camino, ya que probablemente no le llegue prácticamente nada al que lo ha recogido.

Toda la cadena que lleva al café desde Colombia o Kenya hasta tu casa requiere alguien que esté dispuesto a asumir el riesgo hacerlo y de alguien dispuesto a pagar por ello. No sé que tanto por ciento del dinero que debemos se ha esfumado en cafés, pero no creo que esté ahí nuestro dinero. Las empresas cafeteras posiblemente tengan que endeudarse para crecer y cuando dejemos de tomar café tengan que deshacerse de trabajadores para hacer frente a la bajada de demanda. No, el dinero no está ahí.

Pero he dicho que el petróleo es necesario para muchas cosas. Los jeques árabes, los oligarcas del gas y el petróleo rusos, los ejecutivos de Texas y los funcionarios de las grandes empresas estatales latinoamericanas tienen miles de millones de ingresos del petróleo. Un tanto por ciento lo pueden gastar en buscar nuevos yacimientos o en rentabilizar los que ya tienen. ¿Qué hacen con el resto? Repartirlo de forma equitativa entre sus conciudadanos no parece, y el mar no está lleno de yates. ¿Lo meterán debajo de los cojines?

En parte sí. Se dedican a comprar oro, por ejemplo. Es como meter el dinero debajo del colchón. Como ya comenté invertir en poseer oro es bastante improductivo, pero seguro. Otro negocio muy seguro es el de invertir en países. Tú les prestas 10.000 millones  y 5, 10 o 30 años después ganas 1.500 millones. Normalmente interesa mantener tu dinero en países que sepas que te van a pagar. Cuanto mayor riesgo hay de que el país no vaya a pagar, más riesgo conlleva la inversión y por tanto mayores intereses. Porque hay que recordar que hay que pagar los intereses primero.

Así que básicamente un jeque le presta cien millones a España, le compra petróleo con esos cien millones y luego hay que pagarle los cien millones más intereses. Así ellos alimentan la demanda de su producto y hacen negocio. Sin embargo normalmente este tipo de inversores prefieren invertir su dinero en valores seguros, junto con la mayor parte de inversores.

Otro caso peculiar es el de China. El productor del mundo se aprovecha de sus mayores ventajas competitivas -desprecio por su población y falta de escrúpulos para la imitación- para ganar mucho dinero con sus exportaciones, y con ese mismo dinero mantiene la demanda de los países que le compran mediante créditos. Los chinos lo llaman "win-win" y está claro. Ellos siempre ganan.

¿Está el dinero en Arabia o China? Bueno, lo que hay son flujos de ingresos y productividad. Los productores de petróleo se benefician de la dependencia de la civilización del crudo, pero es una fuente de beneficios que se agota progresivamente y cuyos costes de producción suben tanto como el precio. Por el otro lado China es la fábrica del mundo, pero en el momento que el consumo global se resienta su economía frenará y no podrán hacer frente a las garantías de los gigantescos préstamos que sostienen. En la corta historia de los EE.UU ya han visto situaciones similares en otras ocasiones, como la Gran Depresión.

El dinero no lo tienen los productores de petróleo ni las potencias emergentes, que parece que son las que tienen ahora dinero para gastar. De hecho, su situación privilegiada hace que obtengan préstamos a intereses muy interesantes porque son las que parecen más solventes. En ellos invierten otras potencias en búsqueda de beneficios, desde China a EE.UU, pasando por los jeques árabes. El dinero huye de España y se marcha allí donde le ofrecen rentabilidad. Porque se trataba de eso, ¿no?

Bien, si el dinero que debemos no está en China ni Arabia, sino que está reinvertido en potencias emergentes como Brasil, tendremos que encontrarlo allí. Sin embargo, eso tampoco debe ser correcto. Si Brasil crece gracias al dinero producido por nuestro consumo que le presta China, por poner un ejemplo, ellos se lo gastarán en algo. No creo que lo entierren en el Amazonas. ¿Qué hace Brasil con el dinero?

En este momento, después de decir mil garruladas y demostrar mi completa ignorancia, me resulta imposible seguir rastreando ese dinero. Es tan difícil como buscar en el mar una gota de sudor. Sencillamente el dinero que pedimos prestado se va intercambiando hasta que se escurre por el sumidero de la deuda y retorna al mismo sitio del que salió: los mercados. Sin embargo la analogía de la gota y el mar es más sencilla, porque es algo finito y con unos ciclos predecibles y lógicos. Los mercados no.

El mercado está regido por reglas, normas e instrumentos que hacen que casi cualquier cosa sea posible. Puedes comprar algo a un precio y venderlo más caro quedándote la diferencia poniendo menos del precio a pagar. Puedes hacer un seguro de impago de la deuda de un tercero e incluso cobrarlo. Puedes gastarte miles de millones de dinero que no tienes porque te lo deben. Y hacer todo ésto sin que nadie pregunte nada ni diga nada, aunque se inventen dinero de la nada. Actualmente, el mercado mundial de los productos financieros derivados mueve al año 700 billones de dólares, 11 veces el PIB mundial.

Entonces, ¿dónde está ese maldito dinero? Básicamente en el mundo se mueve 11 veces más dinero que el que efectivamente se produce, y sigue creciendo. Esa cantidad de dinero está compuesta básicamente de deuda, de dinero que debemos unos a los otros. El dinero realmente se multiplica por arte de magia dentro de los arbitrarios vericuetos del sistema financiero global. Todos los países tienen una gran deuda que es imposible de saldar y que tienen que financiar con crecimiento. En el momento que un país crece a menor ritmo que su endeudamiento, entra en depresión y deja de ser interesante y el dinero huye. Sólo se mantiene la deuda y las sanciones.

Por eso duele escuchar a nuestros políticos afirmar que debemos de pagar nuestra deuda. Que estos sacrificios son para pagar los excesos cometidos. ¿Cómo, si es imposible? ¡El exceso es consustancial al crecimiento! Y el crecimiento hacia ninguna parte un fin vacío en sí mismo. Nos convierte en cucarachas cuya única función es nacer, crecer, producir y morir. Un mundo en el que hay gente moviendo 11 veces el dinero que resulta de todo lo que podemos producir entre todos nosotros con estos niveles de pobreza y desigualdad es un insulto.

Estoy seguro de que habrá ilustrados mucho más inteligentes que yo que entiendan la utilidad para la raza humana de esto. "El progreso", "la civilización", "el futuro" dirán. Sin embargo no creo que sea un sistema muy fiable si un puñado de vagos griegos y españoles son capaces de echarlo abajo. Es más, no sé para qué sirve si en algunos lugares de África mueren niños a cada minuto.
 
Como en todo hay gente que se ha beneficiado. Apple tiene en efectivo 100.000 millones de dólares en efectivo, más que el gobierno de los EE.UU y suficiente dinero para salvar a España. Ha vendido 35 millones de Iphones y sus acciones han subido un 9 por ciento. Es un ejemplo de negocio honrado, si obviamos las condiciones de algunos de sus trabajadores en Asia. Y es uno de los pocos. 
 
Las compañías prefieren reinvertir sus beneficios para seguir creciendo para obtener mayores beneficios. El único dinero "real" que se queda es el que va a parar a los costes de producción y los dividendos a los accionistas y ejecutivos que se reparten la parte más jugosa de los beneficios. Aunque ese dinero también se tiende a reinvertir de forma particular en fondos de inversión, suele tener un gran retorno en efectivo para sus dueños. Sólo así gente como Warren Buffet puede tener una fortuna de 66.000 millones de dolares o Carlos Slim 72.643millones.

Sencillamente vivimos en un mundo en el que se mueve dinero por un valor de 11 veces el PIB mundial, y en el que el dinero real, el que realmente se produce, lo amasan unos poco elegidos. Obviamente, también están aquellos que mantienen el flujo de dinero y lo alimentan, como las agencias de rating, los fondos de inversión de riesgo y de derivados y los banqueros y brokers de Londres, Suiza o Nueva York. Se alimentan de un sistema que somete a gran parte de la población mundial sin ningún escrúpulo y pudor. Por eso a ellos les da igual el impago de Grecia, de España o la situación en los países que claudican a la austeridad. Cuanto más grande es la deuda, más dinero tienen, porque ellos controlan los flujos de dinero.

Un sistema fiduciario establece que el valor del dinero lo establece la garantía de un estado que los respalde. Así tenemos el dólar como moneda de comparación, ya que la economía que hay detrás es la que ofrece mayores garantías. Sin embargo no hay estado que pueda garantizar el taponamiento del gran agujero que nos amenaza a todos. Se supone que los economistas de todo el mundo han trabajado para evitar que el sistema se rompa, aunque da signos de agotamiento. ¿Quién se ha preocupado de las personas?

Nuestro dinero se ha devaluado, se devalúa a cada minuto. Al igual que la vida de las personas. El sistema está organizado para que sólo importe el crecimiento, el beneficio que al final cada vez menos gente es capaz de percibir. Un mundo que destina toda su energía en crecer y que se hipoteca en ello es un mundo que no merece la pena. Porque no es un mundo para personas.

¿Dónde está el dinero? Supongo que habrá razones para que mantengamos este sistema. Que no hay alternativa porque lo más probable es que el sistema colapsae y la humanidad viviese el fin de la civilización. Pero a mí me parece una trampa. A fin de cuentas el dinero no es absolutamente nada y subordinamos la vida humana a él. No sé dónde está el dinero, lo siento. Pero ahora tampoco me importa.



*Nota al pie

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