lunes, 11 de marzo de 2013

¿Qué nos pasa?

Skyline de Frankfurt, cortesía de la wikipedia
Para encontrar la solución a un problema lo mejor es definir bien de qué se trata. Si nosotros vamos al médico y le decimos "me duele ahí y es un dolor un poco así", probablemente no podrá hacer un diagnóstico efectivo. De igual modo, cuando el médico va a aplicar un tratamiento, no vale con que diga "le vamos a amputar la pierna porque tiene un dolor así así y tiene una pinta mala mala". Si la pierna nos lo permite, saldremos corriendo. Y es así con prácticamente todo. Si queremos solucionar un problema hay que analizarlo bien y aplicar las medidas oportunas.

Algo parecido está pasando en Europa y en nuestro país. Al parecer los españoles, junto con el resto de europeos de segunda, sufrimos un problema de deuda. Esto es el equivalente a un "dolor de cabeza". El diagnóstico ha sido que los países están muy endeudados, tanto a nivel público como privado, por lo que hay que reducir esa deuda y asunto solucionado. Con esa simpleza despacha el problema nuestro presidente honorario el notario Brey. Te puede doler la cabeza por una gripe, por una migraña, por estrés o por un tumor, pero los sabios europeos y mundiales han decidido que eliminando el síntoma se elimina el problema. Hay que reducir el déficit, y entonces, todo volverá a ser como antes.

Bien, pero ¿cuál es el problema real? Decir que los abultados déficits de la zona euro son un problema aislado lleva irremediablemente a una visión paternalista del problema. Unos países han "vivido por encima de sus posibilidades" y han arrastrado a sus compañeros a la recesión e incertidumbre. Los vagos españoles, los irresponsables italianos, los codiciosos irlandeses y los débiles portugueses. Y los griegos, que son el epítome de todos los pecados de la crisis. Incluso los vanidosos franceses, con todas esas vacaciones y esos privilegios de la sociedad del bienestar, son mirados con suspicacia.

Y así es como se está escribiendo la Historia: la crisis tiene países buenos y países malos. Por supuesto, como en todo relato maniqueo, los malos son castigados para que vuelvan a la única senda posible: la del crecimiento. ¿Qué es el crecimiento? Pues, llana y sencillamente, pagar tus deudas. Quedan lejos los años en los que Alemania y Francia rompieron el pacto de estabilidad presupuestaria europeo, que establecía unos límites rígidos de déficit, con la justificación del crecimiento. "Miren, si no nos endeudamos, no podemos crecer" dijeron. Y nosotros dijimos "vale". España, por cierto, cumplió todos los pactos de estabilidad presupuestaria porque crecía gracias a otra cosa, a cierta burbuja.

Como en todo hay que tener en cuenta diferentes opiniones. Y tiempos. Hace diez años la economía alemana estaba gripada. Aunque el ciclo económico era expansivo, el paro subía. A esto se añadía la competencia de las potencias emergentes, países a los que la sociedad del bienestar no había llegado (bendito FMI) y por lo tanto se podía producir sin el estorbo de legislaciones ni normativas y de un modo mucho más rentable. De hecho, la mayor máquina exportadora mundial es una dictadura. Una dictadura como las de Corea del Norte, Cuba o la antigua URSS. Así que Alemania se veía ante un grave dilema: renunciar al bienestar o encontrar la manera de devaluarse para volver a ser competitivos.

Alemania optó por una medida intermedia: devaluar a sus ciudadanos. Los planes Hartz fueron la solución ideal para conseguir reducir el paro y mantener la fachada, mientras que se habría una brecha laboral sin precedentes. Millones de personas viven ahora gracias a subsidios (el Hartz IV) mientras que los derechos laborales de los nuevos trabajadores son inferiores a los que consiguieron los contratados antes de la crisis. Ellos comenzaron con estos planes hace 8 años, por lo que puede decirse que fueron alumnos aventajados de la clase.

Mientras los alemanes se apretaban el cinturón y se "sacrificaban" (palabra con gran predicamento en nuestros días) los países de la perifería vivían en una orgía crediticia. El crédito fluía y los gobiernos, empresas y particulares aprovechaban sus ventajas. No eran tan previsores como los alemanes, que como las hormigas del cuento, habían comenzado a maquillar su economía para los años venideros. Alemania también puso el cazo dentro del bacanal crediticio y se dispuso a sacar pingües beneficios, porque no eran tontos. Al fin y al cabo no se preparaban para la crisis, se preparaban para un nuevo escenario global.

Cuando todo saltó por los aires y los griegos se sacaron los bolsillos fuera del pantalón muchos no quisieron creerlo. No porque no fuera a pasar, no eran estúpidos, eso era algo inevitable. Sino porque fue demasiado pronto. Demasiado cerca. A los buenos alemanes no les había preocupado engordar con crédito barato a la periferia mientras se dedicaban a desmantelar los logros de décadas de lucha y sufrimiento dentro de sus fronteras. ¿Qué iban a hacer ahora? Se habían pillado los dedos con sus bancos.

Europa miró a Alemania, la economía más potente de la zona, para ver qué había que hacer. Y la canciller Merkel hizo lo que hacen los líderes que quieren seguir siéndolo: salvar el culo a los bancos alemanes, y en general, a Alemania. Bajo su autoridad moral, refrendada por su crecimiento y su menor paro gracias al maquillaje de los Hartz, se decretó en Berlín que el déficit era el problema y que había que instaurar el dogma de la austeridad. ¿Para crecer? No, para que se pagaran las deudas. "Quieto todo el mundo, pagad lo que se debe o aquí va a haber problemas".

El celo recaudador de Alemania, y del resto de prestamistas que habían jugado a la ruleta rusa de inflar la deuda, fue saltando bancas por Europa. Irlanda, Portugal, España e Italia no tardarían en sumarse a la tragedia griega con diferentes modalidades: intervenciones de la Troika, bancos malos, gobiernos tecnócratas o rescates a la banca. Y por supuesto recortes. Aquí en España se decidió que el dinero debía ir prioritariamente a pagar la deuda, no a la sociedad, no al país. Y comenzó la recesión inevitable que ha amenazado incluso con acabar con el Euro. El empobrecimiento de millones de personas se justificaba porque los acreedores debían ver sus deudas resarcidas. La deuda por encima de las naciones.

¿Son los alemanes los malos? ¿Lo son los griegos?. Si miramos los papeles oficiales podemos decir que Alemania lo ha hecho bien. Poco paro, crecimiento hasta hace poco y una buena posición exportadora que la hace poco vulnerable a la deuda. Por supuesto, eso no es nada si comparamos a Alemania con China. China lo ha hecho excelentemente. Sin embargo yo no querría vivir en China, principalmente porque estoy a favor de los derechos humanos.¿Cuáles son los parámetros para calificar a un país? Desgraciadamente ya no se trata de lo que diga la gente, sino un puñado de cifras.

China es al mundo como Alemania a Europa. Es el nuevo motor de la economía y ante el que responden los líderes mundiales. ¿Censura? ¿Torturas? ¿Abuso medioambiental? Es nuestro amigo de oriente. No en vano es uno de los mayores, sino el mayor, poseedor de deuda externa de los países del mundo. Y es que el déficit y las deudas se contraen en los mercados financieros con agentes de lo más pintoresco. China, una dictadura pseudocomunista que no respeta derechos humanos, los Emiratos Árabes, con su entrañable feudalismo, o los Fondos de Inversión de Riesgo, prestamistas que controlan las agencias de rating y que no responden ante nadie, entre otros. La economía mundial está en las edificantes manos de estos sujetos.

Durante décadas los mercados financieros han ido generando cada vez mecanismos más opacos de inversión, lo que ha hecho cada vez más rentable operaciones de dudoso gusto. Claro, existe la creencia de que "ganar dinero" es igual a "bueno", por lo tanto estas operaciones quedaban justificadas desde el mismo momento que daban dinero. Miremos a Valencia un momento. Todo el mundo sabía que se robaba y se tiraba el dinero en las letrinas de Calatrava, pero se vivía bien con la Fórmula 1, la especulación inmobiliaria y la cultura del pelotazo. O a Jesús Gil en Marbella. Era dinero sucio, pero al fin y al cabo, era dinero. Y dinero es lo mismo que bueno. Si te quitan la dignidad, aún tendrás dinero. En este país, en este mundo, si te quitan el dinero, has perdido todo.

Por lo tanto es absurdo señalar como culpables a estos agentes ya que, al fin y al cabo, y aunque nos pese, hemos sido nosotros los que hemos picado en su anzuelo alegremente. No quiero que se me malinterprete, no estoy culpando a Alemania, China o a Soros de haberle quitado el trabajo a mi vecino, sólo busco explicar (explicarme) cuál es el verdadero problema que nos atenaza. La deuda es sólo un síntoma de un problema mucho más profundo del que nadie se está ocupando.

Miremos a Reino Unido. No vive sus mejores horas con una deuda pública galopante y con la vieja gloria del imperio haciéndose una carga cada vez más pesada. Sin embargo capea el huracán como puede. ¿Gracias a un sistema productivo y exportador como el alemán? Realmente no, el sector industrial vive un gran declive en las islas debido a la competencia asiática y el precio de las materias primas. Su secreto es el sector terciario, y en concreto, sus bancos. La City de Londres es la capital europea en la que se mueve mayor cantidad de capitales y sus servicios financieros aportan un 28% de la generación de valor del país.

Los ingleses y escoceses (Edimburgo es la segunda capital financiera del país) se prepararon, al igual que los alemanes, para el mundo actual. Sin embargo el futuro para ellos no está en el control de los bienes, sino en manejar directamente el dinero. Sale más rentable ser un pirata en el atlántico que gastar tiempo y energía en administrar las américas. Al fin y al cabo, el negocio de la banca no es más que un negocio de intermediación. Más seguro, mas rentable y más cómodo que las expediciones coloniales. Y que hasta hace bien poco tenía mucha mejor imagen.

Y es que ha sido la banca el gran motor del mundo. Con su innegable capacidad de producir dinero de la nada, a algunos se nos olvidó la necesidad de asentar la riqueza en bienes reales. El sueño de un mundo con una tendencia a la riqueza infinita se fraguó en las oficinas de ricos ejecutivos que pensaron que morirían mucho antes de que la gente se diese cuenta de su insostenibilidad. De la escala de la gran estafa piramidal que supone nuestro sistema financiero.

"Podrás ser lo que quieras amiguito" parecía decir el optimismo rabioso que impregnaba todo. "Puedes confiar en nosotros, encontramos el puchero lleno de oro al final del arcoiris" escribian en sus cuentas de resultados, y todos nos lo creíamos. Cómo no creer en la magia, por adulto que seas. Cualquiera podía hacerse asquerosamente rico sin esfuerzo y sin molestar, había dinero para todos. Quien tenía una casa tenía un tesoro. ¡Qué más daba un poco de corrupción! Los países ricos estábamos condenados a ser ricos hasta que la tierra reventara, y hasta entonces teníamos tiempo.

Es notable nuestra ceguera durante años y décadas. El FMI y el resto de instituciones internacionales intentaron extender el negocio por todo el globo. Claro, no consideraron que los derechos sociales y las conquistas laborales habían sido una pieza fundamental de nuestro progreso. Así se produjo la deslocalización para ahorrar costes al primer mundo, mientras que los salarios miserables y el deterioro medioambiental era vendido a diferentes líderes como "el futuro" para sus ciudadanos. Esos países que hicieron sus deberes en busca de nuestro estatus son los que ahora llamamos potencias emergentes, y es hacia donde ahora dirigimos nuestra mirada.

Se me podrá acusar de sectario, pero cualquier oportunidad de un modelo eurpeo en latinoamérica fue erradicado a base de dictaduras pagadas con dólares y populismo de garrafón. Asia se convirtió en la gran fábrica de occidente y los africanos no fueron ni siquiera considerados dignos de convertirse en algo más que una fuente barata de recursos sin fin. Mientras los misioneros intentaban enseñar a leer y a escribir entre las balas y fuegos de la guerra, las instituciones internacionales regulaban un mundo en el que las personas carecían de importancia.

"Hay que trabajar más y cobrar menos". "Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades". "Habrá que hacer sacrificios". Escuchamos estos lemas de la política actual y nos entra un regusto amargo en la boca. "No hay dinero para los servicios públicos". "La gestión privada es más eficiente y menos corrupta". "Hay que acostumbrarse a pagar por los servicios (refiriéndose a servicios públicos)". La indignación ante esta apisonadora que pretende acabar con todos los logros conseguidos hasta ahora sale a la calle en forma de marea. Pero otros llevan sufriendo estas medidas, sin siquiera conocer los privilegios que aún disfrutamos, desde hace décadas bajo el dictado de instituciones que llevan nuestro nombre.

Ahora que la burbuja se ha roto, que despertamos con la resaca de una ficción demasiado oportuna para ser real, miramos cómo quieren devaluarnos para poder encajar en un mundo que llevamos configurando desde hace mucho tiempo. Las guerras televisadas, las hambrunas, la plaza de Tiananmen, la desolación en las repúblicas exsoviéticas, la inmigración, la tecnología barata, la deslocalización, la especulación, el tráfico de personas y mercancias, el calentamiento global, las pateras, la corrupción, el fanatismo y el miedo son otros síntomas del mundo que hemos creado.

La globalización es un hecho, no un plan de un ente maligno e interesado que busca dominarnos. Es un resultado, y eso hace que nuestras vidas queden entrelazadas con las de nuestros vecinos a miles de kilómetros. Todo lo que ha pasado por nuestra televisión, y sigue pasando, no es un proyecto premeditado por alguien, es el producto de décadas en las cuales la vida humana ha ido devaluándose bajo criterios que nada tenían que ver con ella.

La crisis de deuda europea, así como las soluciones propuestas, no son más que una vuelta más de tuerca. Primero creamos naciones de Todo a cien para nutrir nuestros mercados, y ahora somos nosotros los que debemos renunciar a todo lo que buscábamos defender entonces para seguir alimentando el progreso. "Vivirás peor que tus padres" no significa otra cosa que "vivirás igual que han estado viviendo muchos otros para mantener tu nivel de vida". Efectivamente, viene a ser "pagarás las deudas de tu padre".

A estas alturas del partido es posible que estemos un poco confusos. A mí me entran muchas ganas de ir explicando por qué el modelo no funciona... ahora que me afecta a mí. Parece mentira que ahora haya que renunciar a tantas y tantas cosas. Dan ganas de que el sistema aguante unos años más, un par de décadas, para que el marrón se lo lleven otros. Eso es posiblemente lo que pensaban los líderes mundiales al proponerse "refundar el capitalismo" y aplicar a sus ciudadanos "medidas temporales".  Aguantar el tirón sin sufrir las consecuencias que nuestra desidia (suya y nuestra) ha provocado.

¿Cuál es, pues, el verdadero problema? Probablemente uno complejo y multidimensional, que no se soluciona con dietas milagrosas y que implica a tantos agentes como piezas hay en el tablero, esto es, a todos. Uno que no tiene culpables claros y que sí tiene millones de víctimas. Uno que requiere mucha más fuerza, carisma e inteligencia que la que reunen, entre todos, nuestros actuales líderes. Nuestra enfermedad es un proceso muy avanzado, que hemos ayudado a desarrollar, y que muchos no van a querer parar. Las ventas de artículos de lujo se han disparado mientras algunas empresas obtienen beneficios record.

Lo aquí expuesto no son más que un puñado de tópicos reunidos con mayor o menor fortuna, pero creo que presenta un cuadro bastante más preciso de la situación a la que nos enfrentamos que la que se encuentra en los análisis de nuestro gobierno o entre los enrevesados tecnicismos de los economistas. El hombre ha dejado de tener valor para el hombre, ya no es un fin y ya no merece respeto. Y es algo que lleva pasando desde siempre, sólo que ahora nos ha tocado enterarnos a nosotros.

¿Seremos capaces de cambiarlo? ¿O acabará siendo un "sálvese quién pueda"? Posiblemente yo no sea el facultativo adecuado para responder a estas preguntas.

*Nota al pie

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