En sus primeros años los filósofos se dedicaron, de forma más o menos práctica, a sentar las bases de las primeras ciencias tal y como las conocemos. Los filósofos se dedicaban a la biología, a la física, a la matemática, a la música y a otras disciplinas, buscando patrones que les permitiera construir una ciencia. Y todo eso era filosofía, amor por la sabiduría. Querían encontrar el mecanismo que hacía funcionar la naturaleza y, con él, el de la realidad en su sentido más amplio. En ese contexto, en el siglo VI a.c., dos filósofos coetáneos marcaron el camino que tendría que seguir la Ciencia Primera -Aristóteles dixit- y, curiosamente, el camino tenía dos direcciones opuestas.
Parménides de Elea y Heráclito de Éfeso compartieron la misma época y cultura, pero no misma situación geográfica. Uno en la península itálica y el otro en Asia Menor se decidieron a desentrañar la razón última de la realidad. Durante años los filósofos estuvieron proponiendo diferentes principios para todo lo existente, a los que denominaban arjé. El agua para Tales de Mileto, el aire para Anaxímenes y los cuatro elementos (agua, aire, fuego y tierra) para Empédocles. No es que consideraran que la realidad estuviese formada por átomos de agua o aire, sino que en las característicos de estos se encontraba el nexo de unión de toda la realidad.
Heráclito apostó por el fuego. ¿La razón? Para él representaba las cualidades principales de la existencia: permanente cambio, destrucción y creación en un continuo devenir. Todo cambia constantemente, se genera y se destruye. Mires donde mires el proceso se reproduce. No sólo en los organismos vivos o naturales, también todo aquello que puedas imaginar, artificial o inmaterial. El Cambio, representado por el fuego, era el arjé rector de la existencia. Eso significaba que para Heráclito "ser" significaba "cambiar". Nada hay inmutable.
Sin embargo en ese cambio continuo existen reglas. No se trata de una normativa, sino de una condición de posibilidad. Para que exsta el cambio, que de hecho existe, hace falta unos condiciones que vienen dadas por la dialéctica. La dialéctica establece que para que algo cambie, tiene que contener en sí mismo la negación. O más sencillo, para que una semilla de una manzana pueda transformarse en un manzano, no puede ser el manzano. Un manzano no puede cambiar para ser un manzano si, de hecho, ya es un manzano. El hecho de que existieran condiciones para posibilitar el cambio le dijo a Heráclito que existía un principio dentro del cambio, o un principio dentro del principio. Una ley que calificó de logos -razón en griego- por la cual todo el cambio se generaba en armonía. Por lo tanto la armonía del cambio, regida por el logos, era el proceso de creación y destrucción del universo que dotaba al mismo de sentido.
"En el mismo río entramos y no entramos porque somos y no somos" estableció Herácito. Al igual que un río, en cada instante tiene diferente partículas de agua en el tramo que observamos, sin dejar de ser un río, nosotros somos y no somos la misma persona, ya que vivir es cambiar. Sin embargo el cambio es determinado por el logos o razón, aunque lamentablemente no sea muchos los que sean capaces de descubrirla para obtener conocimiento cierto. Es difícil conocer algo que en apariencia -y en esencia- es contigente y sujeto a cambio perpetuo. ¿Cómo hacer matemáticas si 2+2 no arroja siempre el mismo resultado?
Lo mismo debía pensar Parménides a miles de kilómetros de Éfeso, en Elea. Estaba decidido a a encontrar el secreto que escondía la expresión "que es", es decir, averiguar que era lo que hacía que algo "fuese". Y tuvo uuna intuición del todo contraria a Heráclito: si bien es verdad que todo cambia, hay algo que permanece que permite a las cosas ser lo que son. Un niño cuando crece se convierte en un hombre, y eso no evita que nos refiramos a la misma persona. Nosotros en la actualidad tenemos conciencia de que somos la misma persona que la de las fotos de cuando éramos niños cuando sabemos que no compartimos ninguna célula con ella.
Lo que somos es lo que permanece. Igualmente, el manzano con frutos o sin hojas, sigue siendo un manzano pese al cambio. Para Parménides ahí radica el hecho de que algo sea, eso que permanece frente al cambio. Por lo tanto se opuso aparentemente a Heráclito, ya que el cambio era despreciable, lo interesante era lo que permanecía. Así, si buscaba un principio que compartieran todas las cosas existentes, debía buscar aquello que permaneciese en todas ellas sin excepción. Y precisamente, lo que permanecía, era el Ser, arjé de todas las cosas.
“Es necesario decir y pensar que el ser es y que el no ser no es”. Esta sentencia del filósofo, pese a su obviedad, es la conclusión más interesante e influyente de la filosofía. Más incluso -y precursora- del "pienso luego existo" cartesiano. Para Parménides las cosas son porque son, y por tanto no pueden ser. Si todo el universo existente es de forma inmutable, no puede haber nada fuera de él. No puede exister algo que no es. Si imaginamo el universo como una esfera flotando en el vacío, el ser estaría dentro y el no ser estaría fuera. Y fuera exclusivamente estaría el vacío porque, de aparecer algo por allí, pasaría automáticametne a formar parte de la esfera. Por lo tanto dentro del Ser no existe el cambio, es inmutable, indestructible -no puede dejar de ser- e infinito. Tampoco "existe" el cambio, ya que no hay dialéctica para Parménides -las cosas son lo que son, pero no pueden "no ser" otra cosa para posibilitar el cambio-.
Mientras que el mundo de Heráclito era dinámico y continuo, el de Parménides era estático e inmutable. ¿Vosotros cuál preferís? La historia de la filosofía prefirió la versión de Parménides, que permitía un estudio más detenido y reflexivo de las cosas. De hecho, su influencia pasó a Sócrates y, de ahí, a Platón. El Mundo de las Ideas platónico es el mundo de lo verdaderamente real -ontos on en griego- y, por tanto, el ámbito del Ser. Lo sensible, lo corruptible y contigente pasó a ser para la filosofía un lugar en el que no se podía confiar. Para Platón el cuerpo -sensible y sujeto a cambio- era la cárcel del alma -que el filósofo identifica con lo que realmente somos-. Ese desprecio a lo contigente durará más de 2.000 años. Hoy en día las cosas que más se valoran son, de hecho, las que permanecen.
Desde Parménides, vía Platón, la filosofía en su versión más pura -la metafísica- ha intentado encontrar y describir el Ser de Parménides. Con sus aciertos y olvidos. En la filosofía relativamente contemporánea, Martin Heidegger afirmó que Parménides había sido el primero y el último en hacerse la pregunta por el Ser, errando todos los que fueron después. Fiedrich Nietzsche, por otro lado, dijo que el mundo había olvidado a Heráclito y había echado el resto por Parménides, constriñendo la vida. Para él la vida era cambio, destrucción y creación. La principal diferencia con Heráclito es que para Nietzsche todo es devenir sin sentido -nihilismo-, mientras que para el de Éfeso existía un logos que guiaba el cambio.
¿Qué va antes, el huevo o la gallina? ¿Qué es lo que realmente existe? ¿El cambio o lo que hay antes y después del cambio? Normalmente se considera a Platón y Aristóteles como los padres de la filosofía. El primero marcando el camino para los racionalistas e idealistas, el segundo para empiristas y materialistas. Sin embargo fueron Heráclito y Parménides los que sentaron las bases con mayor o menor exito. Nuestra forma de pensar la realidad fue definida hace 2600 años, mientras todo lo demás cambia a una velocidad de vértigo. Parménides en la forma de pensar, Heráclito en la de actuar, la influencia de la filosofía abarca mucho más de lo que pensamos y sus raíces son profundas.