martes, 6 de diciembre de 2011

¿Cómo funciona el mecanismo?

Me di cuenta de la importancia del dinero demasiado tarde. Igual que un niño no sabe que la leche viene de las vacas, tampoco sabe que hace falta ordeñarla, almacenar esa leche, tratarla, embotellarla, transportarla al supermercado, venderla, comprarla con un dinero y echarla en el vaso en casa. No se imagina el esfuerzo energético, ambiental y humano que va en tener un vaso de leche encima de la mesa. En la sociedad en la que vivimos el esfuerzo es lo mismo que el dinero y no somos capaces de vislumbrar, ni por asomos, cómo funciona el mecanismo de nuestra sociedad.

Cuanto más compleja sea la realidad y más difícil sea interpretarla, más control y mejor vivirán aquellos encargado de hacer ese trabajo por nosotro. No podemos comprender cómo funciona todo, no existe tiempo material. Ni tampoco entendederas suficientes para encajar las piezas. Por eso hay fanáticos del apocalipsis económico ignorantes de lo que significan sus eslóganes. No podemos comprender ni queremos. Delegamos y ponemos nuestra confianza ciega en gente que es igual que nosotros que, a su vez hacen lo mismo con otras personas.

El votante deposita su confianza en el político, y éste a su vez en los mercados. Y los mercados, que son gente como tú y como yo deciden. El dinero es el que marca la pauta y el que lo maneja no es distinto a ti. Salvo por una circunstancia geográfica y accidental. Él no es tú. Para comprender cómo funciona el mecanismo del fin del mundo por lo tanto bastaría hacer una mirada introspectiva a nuestras pasiones, ambiciones y deseos. De hecho, si nos gobiernan con tanta maestría es porque ellos echaron esa mirada primero y saben lo que queremos: seguridad. Al fin y al cabo no somo más que animalillos dando vueltas alrededor del sol a lomos de una piedra gigantesca.

Si algo ha demostrado la historia es que el hombre, como hombre, se equivoca y además es capaz de repetir un error. Hasta superarlo. El universo se expande, también la visión del hombre. Es un flujo constante que avanza por mucho que parezca que volvemos una y otra vez a la misma piedra. Cada vez tropezamos con una más grande, pero el avance es mayor. Somos seres reflexivos capaces de encontrer soluciones nuevas.

¿Por qué no nos cuentan esto en los telediarios? La mercantilización de todas las facetas de la vida ha hecho que estemos perfectamente domesticados. Somos esclavos de nuestra propia máquina por propia voluntad. Hemos puesto la ciencia, el arte y la moral al servicio de un sistema que nos eximía de responsabilidades mediante la consideración de la inevitabilidad del progreso. Bienvenido al futuro, nunca pudiste evitarlo.

Está en nuestro ADN que hacer las cosas bien es de pobres ingenuos porque para triunfar hay que saltar por encima de los demás. El sentido de la vida es tener dinero para vivir. El otro día leía un economista afirmar que quizá no se pueda conciliar la vida laboral con la familiar. ¿Pero quién necesita a la familia? Somos individuos, somos islas que sólo necesitan trabajar para tener dinero con el que poder vivir. Alienación, soledad, insensibilidad, deshumanización.

Pero no es obligatorio. No está escrito en ninguna tabla sagrada ni lo ordena una autoridad cósmica. Tampoco es la Ley ni la ley. Si somos, somo con los demás. Y lo más bonito es que ser humano no implica ser mezquino o solidario. Implica que tú lo eliges. La libertad puede condenarnos o llevarnos a un lugar mejor. Tan sólo hace falta ponernos de acuerdo otra vez. Si aceptamos la soberanía de los sacerdotes, reyes y capitalistas, también podremos decidir qué les vamos a exigir.

Es así cómo funciona el mecanismo, hay que entenderlo para cambiarlo. Y eso es lo que voy a pretender.


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