Es sorprendente la capacidad de la política para pervertir el lenguaje. Como mostraba tan bien Juan José Millás en su excelente artículo Un sindiós, la política se ha teñido de contradicción incluso en su esencia misma. La política es odiada por los ciudadanos que no ven más que un pozo sin fondo de desesperanza y malos augurios. La situación es tan dramática que preferiríamos que no nos mintieran, que violaran y saquearan lo que creamos juntos sin medias tintas. A saco.
Yo no dejo de darle vueltas. Si las cosas están tan mal, ¿por qué no hacemos nada? Creo que en gran parte es debido a una absoluta falta de imaginación. No existen alternativas porque no somos capaces de imaginar algo nuevo. Repetimos discursos pasados y aplicamos los mismos esquemas que llevamos aplicando desde hace prácticamente 100 años.
El capitalismo no deja de ser un relato sobre el éxito de unos pocos frente a la adversidad. Cómo el espíritu emprendedor del individuo logra sobresalir entre mediocridad general de la sociedad, condenada a depender de los otros. Ahora vivimos las consecuencias de ese modelo, uno en el que unos pocos guían el camino y varios millones viven condenados en las tinieblas de la ignorancia y el sacrificio; para los que saber la verdad -su condena irremediable y mediocridad- sería intolerable. Al individuo sólo se le puede exigir el éxito y la ambición, no la solidaridad. Su trabajo para mejorar las condiciones del colectivo sólo puede calificarse de caridad.
El problema es que el capitalismo etiqueta a los individuos exclusivamente por los números de su cuenta corriente. El emprendedor y el espíritu visionario capaz de disfrutar por completo de sus condición humana ya no es fruto del esfuerzo y el trabajo. Tenemos que pensar que el capitalismo nace con la implantación de la burguesía que luchaba contra los privilegios de los nobles. Ahora son una nobleza nueva, repiten un esquema mental por el que la mediocridad se esquiva por vía hereditaria.
Ahora que la conciencia de esa mediocridad y los sacrificios han empezado a llegar a las puertas de nuestras casas, nos acordamos de la respuesta que se dio hace más de 100 años aquellos postulados. Se pretendía invertir el orden que establecía la importancia del capital como éxito y se sometía al individuo al colectivo. Se anteponía la imposición del nosotros frente a la libertad individual.
La aplicación práctica de las tesis marxistas en el comunismo pecó de lo mismo que el capitalismo: transformarse en una versión aún más cruel que su enemigo. Al final el Partido se convertía en una élite por encima del bien y el mal mientras que el nosotros perdía toda su dignidad individual. No se podía disentir ni dudar, ya que sólo había que obedecer a un grupo de tiranos que más tarde se negarían a ceder el poder e impondrían su dinastía.
Nuestro lenguaje político está encerrado entre dos visiones contrapuestas de izquierda y derecha. Sí, hay nacionalistas, ecologístas, cristianos y piratas, pero todos tienen la misma configuración en su cerebro. O todos contra uno o uno contra todos. Nos olvidamos de que a fin de cuentas el capitalismo habla de que la optimización de la competencia traerá un mundo mejor para todos. Y que el marxismo y sus variantes buscan, tras la dictadura comunista, un paraíso en el que la igualdad y el progreso vayan de la mano.
Es obvio que el mundo, desde la grecia clásica, no ha encontrado un sistema acertado. Platón y Aristóteles, que sembraron las semillas de nuestra cultura, también hablaban en terminos parecidos. Aristóteles defendía una aristocracia en su sentido literal, un "gobierno de los mejores". Platón, que también estaba de acuerdo con Aristóteles en el hecho de que debían gobernar los mejores, estableció un modelo estatalista en el que la sociedad estaba por encima de los anhelos de libertad de los ciudadanos.
¿2500 años y seguimos pensando igual? Es curioso. La humanidad en su conjunto ha vivido diferentes procesos que se han mostrado insuficientes a la hora de abordar algo parecido a un gobierno ideal. Las religiones han intentado encontrar su propia solución desde una perspectiva ideal o "divina". Sin embargo el resultado ha sido la repetición de esquemas: Papas, rabinos y ayatolás llamando a la guerra, hombres de fe clamando la venganza contra el infiel. Contra el otro.
Nuestra forma de pensar, sin embargo, ha evolucionado. Ya a finales del siglo XIX el nihilismo -la nada como esencia de las cosas- se cobró sus primeras víctimas. La vida como un sinsentido que no se dirige a ninguna parte. Sólo así se puede entender la actividad depredadora del capitalismo que busca el beneficio para hoy y no aporta soluciones para problemas del mañana. O dictaduras totalitarias donde el precio de la vida es menos que la nada misma que nos rodea. No hay lugar para la esperanza porque no tiene sentido.
Siempre he creído que la razón era una extreña enfermedad. Era para mí el convencimiento absoluto de nuestra insignificancia, de nuestra capacidad de errar. De nuestra debilidad ante miles de cosas que nos sobrepasan. Veo ahora a nuestros líderes y sabios mirar a la razón con esos mismos ojos. Una herramienta que nos hace comprender cada vez más secretos de la naturaleza pero que es inútil para mirar en nuestro interior. Para desentrañar lo que nos hace humanos, tan iguales y tan diferentes, al resto de las cosas.
Pero no es una enfermedad, es la vacuna para todos nuestros males. El dolor, el placer, la alegría o el miedo cobran un sentido gracias a ella y nos hace más fuertes. Nos hace invencibles. Iguala la hetereogénea naturaleza humana. Somos seres racionales, los únicos en este planeta. Somos los únicos acreedores de los derechos, privilegios y deberes para con todo lo que nos rodea, porque somos los únicos que podemos comprenderlos y aceptarlos. Negarlo, sería ir contra nuestra propia naturaleza.
Decir que alguien tiene la solución a un problema que lleva miles de años sin resolverse es de una arrogancia extrema, pero vivimos en un mundo donde sólo cuentan las decisiones individuales porque somos incapaces de pensar como grupo. La experiencia y los intereses hacen que desconfiemos del otro. ¡El miedo es el elemento que cohesiona nuestra sociedad! El miedo al otro, el miedo a perder, el miedo a vivir plenamente.
Es el miedo el elemento que llevan atizando nuestros políticos desde hace años. "No le vote a él, que es pésimo, vóteme a mí". No sólo eso, cuando venden esperanza, como Obama y el "Yes, we can", la decepción es inmediata. Estamos siempre amenazados por los otros. Y lo más bonito es que vivimos -algunos pocos- en democracias universales donde la mayoría piensa como unas mínimas minorías.
Creo que la crisis que vivimos, no sólo la económica, también la cultural y social, se debe a una completa incapacidad de pensar en algo nuevo. Algo radical y diferente. Como si buscar una solución a el sumidero oscuro hacia el que nos escurrimos fuera igual que inventar un color nuevo. Ni el "nosotros" ni el "individuo", sólo la terrible soledad de un hombre terriblemente viejo.
Creemos el hombre nuevo... era una cancion de "agua viva", del tiempo de la transición.... pero la verdad es que tienes razón, ¿cuando maduraremos?...
ResponderEliminarAfirmas:"Al individuo sólo se le puede exigir el éxito y la ambición, no la solidaridad. Su trabajo para mejorar las condiciones del colectivo sólo puede calificarse de caridad." y la caridad es el signo, la señal, el síntoma de que no hay justicia.
Y el sentido de justicia, a veces, se resiente ante la reiterada injusticia que te rodea, pero recuerdo, no, creo en un Hombre, que ante una justicia establecida, ante la ley, no la negó, la interpretó,...<< Quien esté libre de culpa, tire la primera piedra>> y entonces, desde la individualidad, se dispersó el grupo, pero todos habían pensado igual...
¿Por qué no va a haber esperanza?....