Cuando pagamos impuestos estamos pagando por unos servicios. No sólo para nosotros, también para todos los que nos rodean. El impuesto ha sido demonizado al igual que el colegio. Los niños no quieren ir al colegio, porque los mayores decimos "¡ya veras!". Y los padres no quieren pagar impuestos, porque le dicen que no siempre utiliza los servicios por los que paga. Pero el colegio, al igual que la formación académica, es determinante para la persona que queremos ser en el futuro. Los impuestos es igual, ya que determina la sociedad que queremos en el futuro.
El capitalismo hunde sus raices en el protestantismo. Sólo los mejores podían redimirse ante Dios, por lo que el trabajo era el único instrumento válido para alcanzar el cielo. La prosperidad y el éxito económico eran reflejo de la pureza. El capitalismo bebió de ahí, para establecer un sistema en el que cuanto más prosperabas, más derechos tenías. Si tienes mucho dinero puedes permitirte un colegio privado para tus hijos, un seguro médico privado, una urbanización privada con seguridad privada. Y lo merecerás todo, ya que el que no se lo pueda permitir no habrá luchado lo suficiente. O habrá tenido mala suerte.
Sin embargo, si apostamos por un sistema impositivo inteligente, tendremos una sociedad en la que las diferencias sociales no sean tan abismales. Una sociedad mejor favorece incluso a los ricos. Un rico que pague más impuestos y beneficie a sus vecinos, no tendrá que temer que la situación de estos afecte a la suya. Si los hijos de éstos reciben una buena educación, es probable que no se entretengan en importunar su acomodada existencia. Si tienen una sanidad satisfactoria, probablemente no tendrá que tener miedo de la extensión de gripes. Si financia el transporte público, aunque él vaya en su coche, no tendrá que tener miedo a que un coche que no esté en condiciones o un autobús sobrecargado se accidente con él. Y, además, nunca se sabe si las tornas pueden cambiar.
La educación, la sanidad, el transporte, las carreteras... no son gratuitos. No pagamos impuestos y luego, de gratis, nos ponen todo eso. Lo pagamos todos. No se trata de ser vagos, como quien va a mesa puesta. Los que critican la sociedad del bienestar se ceban en que al final, lo que creamos, son parásitos sociales. Pero si somos conscientes de que cada euro que pagamos revierte en nuestra sociedad, que podemos exigir que nuestro dinero se utilice de manera eficiente, las cosas cambiarían. Tendríamos menos dinero, pero no por ello menor poder adquisitivo, porque no tendríamos que preocuparnos de muchas cosas.
El problema es que quien gestiona los impuestos es un inútil, y lo aceptamos. El problema es que nunca pensamos en los problemas cuando se presentan, y pensamos que nunca necesitaremos costearnos un carísimo tratamiento para el cáncer. Nunca nos dejará tirado el coche y tendremos que recurrir a los transportes públicos y a carreteras estatales. Y definitivamente, olvidaremos nuestra responsabilidad social.
El capitalismo hunde sus raices en el protestantismo. Sólo los mejores podían redimirse ante Dios, por lo que el trabajo era el único instrumento válido para alcanzar el cielo. La prosperidad y el éxito económico eran reflejo de la pureza. El capitalismo bebió de ahí, para establecer un sistema en el que cuanto más prosperabas, más derechos tenías. Si tienes mucho dinero puedes permitirte un colegio privado para tus hijos, un seguro médico privado, una urbanización privada con seguridad privada. Y lo merecerás todo, ya que el que no se lo pueda permitir no habrá luchado lo suficiente. O habrá tenido mala suerte.
Sin embargo, si apostamos por un sistema impositivo inteligente, tendremos una sociedad en la que las diferencias sociales no sean tan abismales. Una sociedad mejor favorece incluso a los ricos. Un rico que pague más impuestos y beneficie a sus vecinos, no tendrá que temer que la situación de estos afecte a la suya. Si los hijos de éstos reciben una buena educación, es probable que no se entretengan en importunar su acomodada existencia. Si tienen una sanidad satisfactoria, probablemente no tendrá que tener miedo de la extensión de gripes. Si financia el transporte público, aunque él vaya en su coche, no tendrá que tener miedo a que un coche que no esté en condiciones o un autobús sobrecargado se accidente con él. Y, además, nunca se sabe si las tornas pueden cambiar.
La educación, la sanidad, el transporte, las carreteras... no son gratuitos. No pagamos impuestos y luego, de gratis, nos ponen todo eso. Lo pagamos todos. No se trata de ser vagos, como quien va a mesa puesta. Los que critican la sociedad del bienestar se ceban en que al final, lo que creamos, son parásitos sociales. Pero si somos conscientes de que cada euro que pagamos revierte en nuestra sociedad, que podemos exigir que nuestro dinero se utilice de manera eficiente, las cosas cambiarían. Tendríamos menos dinero, pero no por ello menor poder adquisitivo, porque no tendríamos que preocuparnos de muchas cosas.
El problema es que quien gestiona los impuestos es un inútil, y lo aceptamos. El problema es que nunca pensamos en los problemas cuando se presentan, y pensamos que nunca necesitaremos costearnos un carísimo tratamiento para el cáncer. Nunca nos dejará tirado el coche y tendremos que recurrir a los transportes públicos y a carreteras estatales. Y definitivamente, olvidaremos nuestra responsabilidad social.
Completamente de acuerdo, incluso entendiendo que el deseo de mayor inversion del Estado sea distinto, si soy camionero, albañil, medico o maestro... pero lo "cierto y verdad" es que la sociedad de bienestar el la mejor posible, pero la teoria ideologica del capitalismo quedó sola con la caida del socialismo real, y los ideologos no han sacado una alternativa todavía... esperemos...
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