viernes, 27 de noviembre de 2009

Justicia, Ley y culpabilidad (II): La Ley Natural



La Justicia es uno de los grandes misterios de la vida. ¿Se trata de un elemento natural? Creo que la gente puede comprender con cierta facilidad que lo que resulta bueno para ella, no tenga por qué resultar igual de buena para los demás. "Para gustos los colores", que diríamos. Sin embargo, cuando algo no sale según nuestros deseos, exclamamos: "¡qué injusticia!".

La Ley Natural

La Ley Natural establece
que existen unos preceptos normativos que surgen de nuestra mera existencia. Ésto es, el hecho de existir conlleva consecuencias. Por ejemplo, el rechazo de lo contrario, la no existencia -dar muerte- y, con ello, preservar la vida. Estoy hablando de un concepto terriblemente abstracto sobre el que se han escrito ríos y ríos de tinta. Santo Tomás -estudie en una facultad tomista, qué le voy a hacer- era un tipo listo, y estableció de forma más o menos canónica unos preceptos:

1. En tanto que sustancia existente el ser humano tiende a conservar su propia existencia.
2. Como animal
el ser humano está diseñado, o más bien destinado, a procrear.
3. Como animal racional, el hombre comprende la verdad y es capaz, por ello, de vivir en sociedad.

Además, la Ley Natural es, desde el momento en que es obvia nuestra existencia y de todo lo que nos rodea, evidente, universal e inmutable. Elemento clave de la teología cristiana, al establecer que el fundamento último de la existencia es Dios, y por lo tanto también de la Ley Natural, ha sido históricamente base para el derecho occidental. La autoridad de los gobernantes, que antiguamente concentraba tanto el poder religioso, como el ejecutivo, legislativo y judicial, venía de Dios. Si querías montar todo un tinglado legal de forma ajena a los desmanes de un tirano, debías fundamentarlo en las mismas bases.

Pero lo que para el teólogo italiano resultaba intuitivamente inefable, para otros resultó ser un producto de la razón humana. De hecho, si bien las leyes de la termodinámica establecen que la energía ni se crea ni se destruye, sino que se transforma, dejando bien claro que lo que es no deja en ningún caso de ser en esencia -atómica, al menos-, sí admite que cambie de forma. La muerte no es más que un cambio de forma de la sustancia física. Y el alma, puestos a teorizar, tampoco se destruye con el asesinato.

El universo es violento, aunque nunca aniquila la materia. Igual la naturaleza del planeta tierra. Los animales hacen mucho más que procrear: se comen unos a otros, se dejan morir en las playas o simplemente, un incremento desmesurado de su población, les lleva a la extinción. Y un animal ejemplar de todo esto es el ser humano. Por mucho que el intelectualismo moral y la visión cándida del mundo dicte que la razón siempre nos guía a lo mejor, lo cierto es que no sólo nos equivocamos, sino que elegimos mal a conciencia. O más que mal, elegimos modos, formas o maneras contrarias a los tres preceptos de la Ley Natural. Sólo hay que ver los índices de audiencia de Sálvame.

El hecho de que la vida te trate mal, de manera permanente e implacable, no es ninguna injusticia, simplemente es el imparable devenir de los acontecimientos. Sin embargo, el asesinar a una persona lo vemos como moralmente reprochable y un acto de injusticia mayúscula. Aunque antiguamente hubiese voluntarios para sacrificarse en altares, o la gente sacrificara cruelmente a sus enemigos. ¿Es por una Ley Natural escrita en el genoma del universo? No, tiene pinta de ser una convención social establecida para preservar la especie. Aquino, el Doctor Angélico, ya lo había dicho. Al fin y al cabo somos animales.

La ausencia de un paradigma de la conducta ejemplar es un gran quebradero de cabeza. Todo sistema legal, al ser humano, será un constructo vulnerable al cambio del tiempo y las convenciones sociales. La Justicia queda sumida en el caos de la variabilidad, al tener que justificarse ella misma. Las atrocidades cometidas por Adolf Hitler,
Iósif Stalin y otros genocidas sólo tienen cabida ante la crisis que supone el fuerte asidero de una justificación universal, evidente e inmutable. Por eso alguien inventó los Derechos Humanos.

1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo. Incluso añadiría que algún tipo de moral es indispensable para todos los Seres Humanos. La moral no es universal; y muchos seres vivos reflejan algún tipo de rechazo (aunque sea de forma involuntaria) de ciertos comportamientos: el límite de lo que está "bien" y lo que está "mal". Como es lógico, lo que está bien o mal evolutivamente hablando.

    Todas las culturas y civilizaciones tienen y han tenido una moral. Un precioso libro que habla sobre este tema es El Corazón de Las Tinieblas, de Conrad. "El Horror" surge cuando el límite moral es sobrepasado; y en ese momento las personas enloquecen. Y no, no pienso que esta sea una cualidad única del Ser Humano, sólo que la nuestra es una moral más compleja y cambiante que la de otros animales.
    Por tanto, el límite moral lo establecemos nosotros. Sin embargo, muchas veces esta voluntad es débil: todos sentimos "el horror" muy presente cuando asesinan a personas en nuestro país, pero "el horror" es menor cuando esto ocurre en otros países.
    Nuestra moral conoce de distancias y de situaciones. Pasa de ser una "Ley Natural" a formar parte de una interpretación sensible y subjetiva. Por supuesto, a todos los predicadores les conviene decir que la moral es única y providencial; y qué coincidencia, sólo ellos parecen conocerla bien.
    Yo no creo que comprendamos la verdad cuando hacemos un juicio sometido a las reglas de nuestra moral. Sólo espero que perfeccionemos nuestras valoraciones, y las hagamos lo más universales posibles.

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