domingo, 20 de febrero de 2011

Los primeros pasos del hombre...

El nacimiento de la filosofía no fue algo fabuloso. Como todo a lo largo de la historia, fue un proceso que maduró hasta caerse por su propio peso. El hombre, en esencia, es una pregunta lanzada al universo. Una incertidumbre. Por eso tiende de forma natural a conocer. Pero una cosa es una incógnita y otra muy distinta su respuesta.

Antes del comienzo de la filosofía el hombre ya intuía que el mundo era mucho más complejo que lo que sus instintos le advertían. Ahora estamos acostumbrados a domesticar los elementos, a adaptar la naturaleza a nuestros deseos. Pero hace miles de años el ser humano era simplemente un espectador de un mundo en constante cambio. Y tuvo que buscarle un sentido.

La primera forma que tuvo el hombre de afrontar este tipo de preguntas fue recurriendo a la imaginación. Y cuando hablo de imaginación no me refiero a su capacidad de inventiva, sino a la capacidad humana de representar en el pequeño teatro de nuestras mentes la realidad que nos rodea. Sólo así podemos establecer comparaciones entre objetos que, en la realidad, no son ni parecidos.

El problema de la comparación es que siempre se necesitan referencias y para los primeros seres humanos todo giraba en torno a ellos. Por eso su explicación de los fenómenos naturales pasó a tener un cariz de premio o castigo. Un volcán era un castigo, un día soleado un premio. La superstición y la espiritualidad nacieron de ese caldo de cultivo. Los dioses comenzaron siendo elementos naturales –una montaña, un oso, un árbol- que decidían sobre el destino de los hombres (su sombra, su fuerza, sus frutos). Y es curioso que una de las primeras deidades antropomorfas fuera una mujer: símbolo de la vida.

Sin embargo las comparaciones se fueron complicando y el hombre fue conociendo más del mundo. Los árboles, los osos y las montañas no eran más que otros “actores” dentro del gran teatro del mundo, por lo que se tuvo que buscar otra explicación. Así el hombre comenzó a proyectar su imagen en entes sobrenaturales de poderes ilimitados y atribuciones humanas. Los primeros dioses comenzaron a convivir con los hombres, dando respuestas allí donde el hombre no veía más que interrogantes.
Así nació el mito. Hubo un lugar fuera del tiempo en el que los dioses llevaron llevaban a cabo sus trabajos, dejando pistas de su presencia en la tierra. El sol era una deidad condenada a la muerte y resurrección por el despiadado asesinato de su hermano. Los volcanes eran las fraguas de herreros fabulosos esperando la vuelta al trabajo y el fuego o la escritura eran sus regalos.
El volcán Mayón, en Filipinas. vía rnw.nl
Conforme el conocimiento del hombre seguía creciendo, cada vez era capaz de crear mitos más complejos. Había quedado establecida una forma de pensar universalmente válida. La lluvia no podía ser otra cosa que las lágrimas de los dioses y las olas del mar su furia dormida. Normalmente todo quedaba establecido en un pasado mítico, que servía de génesis. La propia existencia del ser humano comenzaba con la existencia de estos dioses, creados a su imagen y semejanza.

El pensamiento mítico era algo perfectamente razonable. Es un hecho demostrable que allí donde ha habido personas ha habido también dioses y héroes. Y éstos eran más complejos cuanto más compleja era su cultura. La creación de ritos y tradiciones sirvieron para comulgar y traerlos desde el hecho mítico a lo cotidiano.

Posiblemente la mitología más reconocida en todo el mundo sea la griega. No en vano los nombres de Zeus y Hércules son más conocidos que los de Odín y Thor. Todo el mundo tiene la imagen del barbudo e iracundo dios griego con un rayo en su mano o a Hércules en alguno de sus famosos trabajos. Menos son los que reconocerían a Odín con su parche y su cuervo espía, o a Thor y su martillo de trueno.

La mitología egipcia, la nórdica o la americana son muy ricas y, no obstante, no lograron la influencia que lograron los dioses griegos. Tiene mucho que ver el hecho de que la cultura occidental haya dominado el mundo, pero esto no es casual. O sí, todo depende. Lo cierto es que la mitología más famosa del mundo lo es, precisamente, por ser la primera en ser superada.

El nacimiento de lo que llamamos filosofía se trató precisamente de una forma nueva de pensar. Tras siglos, por no decir milenios, aplicando el mismo esquema mítico para explicar el mundo, en la zona más oriental de Grecia, en Asia, la humanidad cambió de enfoque. No fue algo fabuloso, sencillamente fue un paso lógico. Precisamente lógico.
Demostración del Teorema de Pitágoras. vía iesbarriodebilbao.es

El paso del mito al logos es uno de los tópicos en la explicación de la filosofía. Ahora vemos los mitos como unos cuentos antiguos, pero eran mucho más. Una forma de ver el mundo, su forma de interpretarlo. De dar una razón a lo que no podían comprender. Y es la razón, o logos, lo que va a protagonizar el siguiente paso en busca de la respuesta a la incógnita que nos constituye.

El paso del mito al logos se produjo de forma casual y, aunque ahora parezca mentira, tuvo mucho que ver la ciencia. Los primeros filósofos –o amantes de la sabiduría- no se hicieron grandes y transcendentales preguntas. Al revés, afrontaron los mismos problemas a los que se había enfrentado el resto de los hombres. Su primera pregunta se centró en la Naturaleza.

Es un hecho que el nacimiento de la filosofía fue posible gracias a la posibilidad de un puñado de griegos de estar ociosos la mayor parte del tiempo. La esclavitud permitió a algunas personas un tiempo libre que para nosotros ahora no sólo es normal, es un derecho. La mayoría de la gente debía doblar el espinazo para seguir adelante y la única explicación sobre el mundo la encontraban en Homero y Hesíodo. Que para eso habían recopilado todos los mitos en una especie de compendio sobre el mundo.

Pero para los primeros filósofos Homero y Hesíodo no iban al fondo de las cosas. Por supuesto que había dioses y claro que posiblemente habían hecho todo eso que cantaban los poetas. Pero faltaban cosas, había huecos en blanco. Por eso se decidieron a desentrañar los misterios de la Naturaleza con la única herramienta que les quedaba, la razón. Parece mentira que este conflicto comenzara hace ya tantos años, pero donde los dioses no llegaban el hombre impuso la razón.

Todo el mundo conoce a Pitágoras. Fue uno de los primeros filósofos, aunque todo el mundo le recuerde de sus libros escolares de matemáticas. Tenía muchas e interesantes teorías acerca de la realidad y la Naturaleza, pero se le conoce sobre todo por su teorema: el cuadrado de la hipotenusa de un triángulo es igual a la suma de sus catetos al cuadrado. La importancia de este teorema es muy singular y es equiparable al “pienso, luego existo” de Descartes –otro ilustre matemático-.
Para Empédocles el mundo está compuesto por 4 elementos

Aunque hay teorías más bizarras, el teorema de Pitágoras demuestra que el mito estaba dejando cosas por el camino. Que la simplicidad de la respuesta mítica o supersticiosa servía para salir del paso, pero que en la Naturaleza y en la vida existían muchas cosas a las que el hombre podía acceder sin ayuda sobrenatural. Constantes que igual habían dejado ahí los dioses, pero que eran accesibles por otro camino que no era la imaginación. Un conocimiento cierto sobre la realidad y el mundo a la que accedía el hombre por sí sólo.

Es posible que al principio los primeros filósofos fueran vistos como unos dementes que se dedicaban a diseccionar animales, cavar agujeros y mirar durante horas el cielo estrellado. Por fortuna la Grecia de entonces era un crisol de culturas por su intensa actividad comercial y era tolerante con casi todo. Porque la moda del “logos” o de la razón se extendió y se estableció, dando lugar a la ciencias naturales, sociales y humanas. Al avance y progreso que ha llevado a estar por delante a sus herederos durante siglos.

Una moda que llevó al hombre a conquistar el escenario del mayor espectáculo: la vida en la tierra.

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