jueves, 9 de diciembre de 2010

El ave de Minerva alza el vuelo


«Sólo al anochecer emprende su vuelo la lechuza de Minerva» Georg Wilhelm Friedrich Hegel

El pie de página de la imagen es una sentencia del prólogo a la Filosofía del Derecho del pensador alemán Jorge Guillermo Federico Hegel. El ave de Minerva -o Atenea-, la lechuza, es la personificación de la filosofía por excelencia. Recuerdo mis primeras clases en la facultad, y también posteriores, en las que nos repetían estas palabras y sus significados más o menos ocultos. Aunque bien pensado, siempre es al anochecer cuando emprenden su vuelo todas las demás lechuzas.

Hoy empiezo aquello que prometí en su día y que pensaba que nunca comenzaría. Por desgracia, a pesar de toda evasión, la realidad siempre se impone. Y la realidad es que una de mis escasas salidas profesionales es la filosofía. Por eso y, como hablar de filosofía ya es en sí mismo hacer filosofía, inicio este proyecto que tratará de exponer a diferentes autores reseñándolos a lo largo de la historia. Podría decir que es para acercar a la gente la figura de grandes pensadores de forma accesible, pero lo cierto es que es para reciclarme y reaprender todo lo que ya se me ha olvidado. Todo egoísmo.

El principal problema de la filosofía son los filósofos, y de estos últimos, los que se empeñan en ver en ella un puro ejercicio intelectual. Grandes pensadores se han dedicado al "culturismo" de las ideas en sus despachos llegando a interesantísimas conclusiones que nunca abarcarán mucho más allá de las cuatro paredes de su despacho. Y la realidad es muy distinta. La filosofía nos rodea indómita y salvaje por todas partes. Desde los refranes populares a las expresiones más bestias de la cultura popular -"tanto gilipollas y tan pocas balas..."-.

La filosofía es una cienca, un saber práctico, al igual que las matemáticas. La igual que hace falta un conocimiento matemático para la informática, la física o la química, la filosofía nos ayuda a ordenar los pensamientos para enfrentarnos al día a día. La filosofía, sin embargo, no es exacta ni universal. Por eso los pensadores fracasaron al intentar establecer sistemas absolutos y principios generales. Hacer filosofía es cuestionarse, asombrarse e intentar ir más allá de las simples apariencias. En nuestro día a día, aunque cada vez más acorralada, pervive la filosofía más pura y útil. Sí, todos somos "científicos" de la vida. Si no, ¿de qué tanta experimentación?

Lo realmente increíble y bello de la búsqueda de la sabiduría es que nunca termina. Y que está en todas partes. En la letra de una canción, en un descubrimiento científico o en la detenida observación de una pared. La filosofía no es exclusivamente cuestionarse sobre el Absoluto, determinar la esencia de lo realmente real o buscar leyes inmutables en el obrar caótico de los hombres. También es disfrutar de un día de playa o ir a trabajar todos los días.

Los libros de filosofía están llenos de conceptos y términos opacos, de cuestiones complejas -y a veces aparentemente inútiles- y de aseveraciones taxativas. No lo voy a negar. La filosofía es un ser vivo que se nutre de palabras. Si la persona más inteligente y brillante del mundo sólo conociera dos palabras -no digo que no hable-, jamás sabríamos de su inteligencia . Nosotros pensamos con palabras y de ellas depende la riqueza de nuestras conclusiones. Necesariamente la filosofía ha utilizado -e inventado- el lenguaje en vistas de llegar cada vez más lejos.

No hay que agobiarse. No hay que pensar en Platón, Kant o Habermas como si fueran nuestros profesores de filosofía. La necesidad de evaluar de forma objetiva en los centros escolares los conocimientos la constriñe hasta límites insospechados. La búsqueda de la sabiduría no es sabiduría, es búsqueda. Debéis pensar en los grandes pensadores como compañeros de camino que nos aconsejan o nos abren nuevas posibilidades en nuestro discurso interno, en los dimes y diretes de nosotros con nosotros mismos. Es una gran colección de gafas con las que enfocar diversos problemas que se plantean, pero siempre con nuestros ojos. Creo que esta visión se perdió hace tiempo.

Pretendo demostrar todo lo expuesto. Una visión sencilla y pragmática de los autores filosóficos más importantes -y espero no tan importantes-. Un paseo con bata y pantuflas por un mundo arcaico y fascinante. Además creo, como la cita de Hegel, que en esta noche de los valores, de la crisis y la decadencia, es hora de ver qué nos siguen diciendo esos colegas que se dedicaron a pensar en nuestros problemas mucho antes que nosotros y de las más diversas formas. ¿Cuándo si no debería volar una lechuza?

Por supuesto esta tribuna está abierta a todo aquel que quiera debatir, rebatir, ampliar, opinar o aportar a lo que aquí se diga. No pretendo sentar cátedra, sólo abrir un mundo inabarcable. Pasito a pasito se va haciendo el camino -o vuelo-

martes, 9 de marzo de 2010

El paradigma de la empresa (I)

Nadie supo predecir cuándo y cómo colapsaría el capitalismo. Pensábamos que al ser la némesis del comunismo, no podría fallar tan estrepitosamente y nos guiaría con pulso firme hacia el progreso. Que todos sus errores fundamentales se encontraban en las personas y que, poco a poco, se irían haciendo con los mandos los mejor cualificados. Todo esto ha resultado una terrible falacia. Cuando el capital ha sufrido la primera gran sacudida, las vergüenzas del capitalismo han quedado al descubierto.

El comunismo, en sus postulados, pretendía una utopía inalcanzable, transformándose en un monstruo que ha demostrado que no siempre es conveniente soñar lo imposible. La lucha de clases ha enfrentado las fuerzas productivas de una forma beligerante, cuando en realidad todo se trataba de resaltar la necesidad mutua entre el obrero y el burgués. La dialéctica marxista establece una tesis, una antítesis, y una síntesis. Para Marx, era necesario tanto el mundo obrero como el mundo burgués.

El capitalismo, por otro lado, nace a priori con una visión del mundo individualista e insolidaria. Obtener cada vez más beneficios y someter la necesaria competencia. Nace dentro de la legitimidad que nos da la libertad. Si soy mejor, si tengo mejores productos, si tengo más capital, debo obtener más beneficios. Además, tiene una raíz protestante como señaló Max Weber. El éxito es la puerta a la salvación, lo contrario es el infierno del ostracismo social.

Las teorías siempre se han considerado como absolutos. Posiblemente porque la gente que se ha dedicado a desarrollarlas se ha preocupado de mostrar sistemas cerrados, de interpretación más o menos precisa. Pero tomar como absoluto una herramienta de conocimiento, como es una teoría, es un terrible error. Nietzsche es un ejemplo de ésto. El filósofo alemán pretendía acabar con la rigidez de la filosofía canónica a martillazos. Tomar sus postulados como absolutos lleva al nihilismo y desesperación que también arrastraron a su autor.

El problema del capitalismo -con todas sus refundaciones- y el social-comunismo es su valoración en absoluto. Y el miedo a probar cosas nuevas. Sólo nos hemos atrevido a parchear nuestros sistemas políticos y económicos, nunca a replantearnos sus estructuras para atacar sus principales problemas. Posiblemente porque nos aterra la posibilidad de que hubiese una forma mejor y no se nos hubiese ocurrido antes.

Todo sistema político, económico o legislativo debe tener en cuenta la necesidad de una convivencia en comunidad. Así, en los clanes tribales de la prehistoria, la familia era el punto de partida para configurar las relaciones sociales. La familia es nuestra primera experiencia de convivencia y es allí donde aprendemos a guiarnos por un mundo en el que no estamos sólos. Los animales, desde mi profundo desconocimiento de biología y zoología, creo que se encuentran en ese mismo estadio.

En la actualidad son los países los que configuran la convivencia entre comunidades. Sí, formamos parte la UE o de la humanidad en términos universales, y también la mayoría de las políticas que nos afectan están enmarcadas dentro del gobierno autonómico, provincial o local. Pero, generalizando, al final son las entidades nacionales las que detentan el poder. Mientras que la estructura familiar tiende a preservarse, las naciones viven las convulsiones de la historia.

El estado ha dejado de representar una garantía absoluta para los ciudadanos. Los intereses que le acechan son tan fuertes que lo desgarran. El interés común no se puede mantener en una sociedad tan global, fragmentada en cientos de minorías. La búsqueda de un paradigma, en esos términos, está avocado al fracaso. Para lograrlo cada vez serán más inútiles las grandes políticas, que quedarán desmontadas bajo los miles de puntos de vista de cada minoría en liza.

Los gobiernos realizan una labor administrativa necesaria, pero están tan sobredimensionados que no pueden representar un paradigma. La familia sigue siendo necesaria como punto de inicio de cada vida humana, pero tampoco sirve de paradigma, ya que en su diversidad está su riqueza. La solución debe encontrarse en un punto intermediario, que sirva de regulador y canalizador de la convivencia.

Posiblemente el mejor punto de partida sería la educación. Por desgracia, creo que es uno de los puntos en los que estamos fracasando desde hace tiempo. No sé bien por qué, pero creo que es debido a la crisis total en la que vivimos. No existe ningún asidero para el educador y los educandos en el que fijar objetivos. La necesidad de un paradigma se hace aquí también necesario y, tal vez, la educación debería quedar en un segundo punto fundamental.

Actual paradigma.

En la búsqueda de ese paradigma, me he dado cuenta de que al final, todos tenemos razón. Hay que buscar un punto de síntesis que consiga realizarnos tanto individual como colectivamente. Un sistema cerrado, pero capaz de convivir en un sistema abierto. Esto es, un paradigma que no sólo resulte ejemplar, sino productivo. Y lo mejor de todo es que no se trata de inventar nada nuevo, porque ha existido siempre.

La empresa ha sido el estandarte del capitalismo y, en su vertiente estatal, del social-comunismo. Un negocio es una fuerza productiva destinada, no sólo a la obtención de beneficios -creencia errónea de nuestros días-, sino que es un vehículo para lograr la autorealización de las personas por medio del trabajo y una fuente de recursos tanto para el individuo como para la sociedad. Hablando claro, una empresa no es para forrarse. Establecer esto como premisa es la equivocación que nos ha llevado a la crisis total que nos asola. Y es algo que posiblemente nos ha acompañado desde hace decadas e, incluso, siglos.

La empresa es una fuente de sinergias que puede fundamentar, ahora más que nunca, el cemento de la convivencia. Pero hace falta un compromiso verdadero. No estoy inventando nada nuevo, porque los teóricos de la empresa saben perfectamente lo que debería ser una. Otra cosa es que a los que tienen el capital les parezca bien. Porque ese compromiso no asegura prosperidad económica ni perpetuidad en el mercado. Se trata tan sólo de una forma de hacer las cosas.

Si Platón existiera en nuestros días posiblemente optaría por abrir una empresa, en vez de intentar instaurar una república platónica en Siracusa. La empresa es el mejor escaparate de valores, mejor que el arte o la cultura. Porque la experiencia estética, pese a encerrar una gran sabiduría, queda en el campo teórico. Hay que ser prácticos en un mundo donde se busca precisamente eso, la utilidad. Una empresa no puede ser una tumba para el talento, debe ser todo lo contrario.
Concepción extendida de lo que es una empresa.

No estoy de acuerdo con los que dicen que una empresa que necesita maltratar al empleado y al cliente para obtener beneficios. Bueno, depende de los beneficios que se consideren oportunos. Precisamente creo que, cuanto más se reducen los beneficios brutos de una empresa, será más competitiva. Cambiar el paradigma de mayor rentabilidad por el de conseguir una buena empresa, llevaría a cambiar la forma de ver el mundo de la gente.

Pero no debemos creer que se trata de conseguir ser ricos. La empresa no puede dormirse y debe atender a las necesidades que surjan en cada momento, sabiendo cambiar. Y si genera necesidades artificiales, no debe ser para lograr beneficios, sino puestos de trabajo. La sinergias generadas crearán una necesidad de mejor formación, la gente querrá trabajar y progresar. Y así, progresaremos todos.

Pero, ¿cómo lo logramos?

lunes, 8 de marzo de 2010

Justicia, Ley y culpabilidad (IV y final): Crímenes y culpables


Creo que en los post anteriores he dejado más o menos claro que la justicia y las leyes humanas no son, ni mucho menos, la Justicia y Ley perfectas en las que -al menos supuestamente- están inspiradas. Nuestra legalidad, un elemento capital en la regulación de nuestra convivencia, está sujeto al cambio de los tiempos. Pero, si algo tienen en común, es la necesidad de cohesionar la sociedad. Para todos aquellos que buscan lugares comunes, ésta, y no otra, debería ser la razón por seguir luchando en su desarrollo.

Y es que, allí donde hay una comunidad de vida compartida -desde una familia hasta un país- hay un código en el que se tienen que basar las acciones humanas para no entrar en colisión. No existirá un condicionamiento exterior que nos diga que es justo o no -para los no creyentes- y no existirá tampoco una estructura conceptual con existencia propia que nos guíe el camino. El menos común de los sentidos, el común, junto con nuestra inteligencia, son nuestras únicas herramientas para abrirnos paso en el terrible y complejo universo de las relaciones humanas.

Porque el crimen y la culpabilidad existen, ya que existe un propósito claro: la convivencia. Y todo lo que escape de esta realidad, es un atentado hacia las raíces del ser social o humano. Las personas necesitas de otros para desarrollarse como tales y, por lo tanto, existe y existirá siempre la necesidad de unos códigos de conducta. También somos libres de romperlos, pero en ese caso estaremos violentando nuestra naturaleza y la de los que nos rodean.

Creo que la culpabilidad es un sentimiento que se forja en la vida en sociedad. Los recién nacidos, cuanto más pequeños, más endebles tienen sus principios morales. Por eso sólo reaccionan al castigo, y así obtienen su formación. No debo hacer esto o lo otro para evitar un castigo. Luego, aunque obre mal, y esto es importante, existe el sentimiento de culpabilidad. El ansia de descubrir, el deseo o la ignorancia nos lleva a tomar decisiones que, tras la experiencia de la vida en sociedad, sabemos nociva para la convivencia. Una sociedad madura, como el individuo, tendrá una sensibildiad a la culpabilidad y una capacidad de responder ante ella mejor.

"Ha sido Dios" Culpabilidad evidente manifiesta en la excusa. Vía Kelokilandia

Nuestras habilidades sociales se desarrollan viviendo en sociedad, y dependen de la sociedad en la que vivamos. Primero se requiere una sociedad para que exista unos estándares en los que fijar la reciprocidad de la justicia, en la que se desarrollen una necesidades legislativas y en la que haya unos principios comunes. Es la comunidad la que genera justicia, no al revés.

Por eso puede existir el crimen antes que la ley. Atenta al mero hecho de estar juntos. Existen comunidades donde la unión está fijada mediante imposición, en otros sitios por consenso. En algunos lugares por historia o tradición. Pero en todos existía, si bien no una voluntad de estar juntos, si una necesidad. Y en esa necesidad o voluntad se forjó lo que cada comunidad es. Ejercicios como la DUDH demuestra que la configuración se intenta unificar -creo que, por ahora, con un fracaso-.

Considero que la culpabilidad, individual y colectiva, es la que ha ido generando la justicia y la ley, al ir descubriendo posibles fisuras de la convivencia. La conciencia de que algo no favorece la unidad -y de que otras cosas si lo hacen- genería en los orígenes un cuerpo legislativo. Ahora, por desgracia, el proceso es mil veces más complejo. Muchas veces la justicia y las leyes son administradas para favorecer a unos pocos -otro tipo comunitario- que considera a todos los demás subordinados. Posiblemente porque el modelo está cambiando o se encuentra en crisis.

Una sociedad está manifiestamente enferma cuando los criminales, aquellos que atentan contra el bien social -ya sea en su forma individual o colectiva- no sufren un castigo. Sobre todo aquellos que quitan la vida, que es la raíz de todo lo demás. Cuando esos individuos manifiestamente culpables no son sólo dejados impunes, sino que además son jaleados y puestos como ejemplo. Y más enferma estará esa sociedad cuando, ante esos crímenes, no se sienta culpable.
Forges.

La culpabilidad no es un sentimiento insidioso, sino que es una forma de aprender. Percibir que algo no ha estado bien nos hace más precavidos y nos enseña a realizar las cosas mejor. Hay que tener cuidado, sin embargo, porque algunos códigos y normas apuntan determinados comportamientos como erróneos, haciéndonos sentir culpables. Por eso hay que desenmascarar aquellos tabús o convenciones que pretenden establcer intereses individuales por encima de los colectivos. El secreto, que diría Aristóteles, estaría en el término medio. Repito que, una sociedad madura, es capaz de distinguir mejor entre el bien común y el bien particular.

viernes, 26 de febrero de 2010

Justicia, Ley y culpabilidad (III): Derechos humanos

Eleanor Roosevelt con la Declaración Universal de los Derechos Humanos en castellano. Vía Wikipedia

¿Tiene una persona derecho a una vivienda? ¿A una vivienda digna? Tu vecino, que está en paro, ¿tiene derecho a trabajar? No estudió nada y con la crisis de la construcción le han echado de la obra donde trabajaba. Y tu sobrina, ¿tiene derecho a la intimidad? ¿Aunque todo el mundo sabe que se va con cualquiera? Tu hermano, que es funcionario, ¿tiene derecho al ocio y el descanso? El violador de niños que mató a tu abuela conduciendo ebrio, ¿tiene él derecho a la vida?

Sí, desde el mismo momento que son "personas humanas". Ese término, marcadamente redundante, define a todos los individuos que pueblan el planeta, "sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición". Estos derechos, a diferencia de la Ley Natural, no son dados por ninguna deidad. Son un constructo social, de larga trayectoria, cuya última definición e institucionalización es la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) de 1948.

Esta declaración fue votada por 48 de los 58 estados miembros con los que contaba entonces la ONU. Su universalidad quedó truncada desde el primer momento, al igual que su legitimidad normativa. Desde siempre se nos ha hablado en un lenguaje en el cual priman los derechos. No sólo a la vida, la libertad e igualdad, si no a tener prosperidad y felicidad. El hecho de que la declaración ponga a nuestra disposición sanidad, educación y trabajo, protección ante la exclusión y el derecho a un sistema que garantice estos principios pasa desapercibido.

Derechos para todo. Ilustración de Mauricio Cosío, que pide en su blog que la gente se acuerde de ese 12% de la población que utiliza la mano "equivocada".

Caminar erguido nos proporciona derecho a absolutamente todo, aludiendo a la presunta libertad que nos depara el documento desde hace más de 50 años. La ausencia de cobertuda legal y la realidad, por fortuna, acaba destrozando nuestros sueños de libertinaje, sumiéndonos en una terrible desazón en la que, lo único que tenemos, son los mínimos exigidos por la dichos declaración. Muchas veces no nos damos ni cuenta de que, muchas veces, ni eso. Y más bajo este régimen de "protección ante el terror".

Lo cierto es que el derecho, la posibilidad y legitimidad a reclamar algo como propio, sólo se da en aquellas comunidades donde se ha establecido de ese modo. Me explico: sólo en una comunidad donde esté establecido que todos pueden llevar pajarita, uno podrá reclamar la suya. El problema es que el derecho es "el conjunto de normas que regulan la convivencia social y permiten resolver los conflictos interpersonales", una definición de la wikipedia que nos viene bien, ya que no existe una definición canónica al respecto. Y es que los derechos humanos son exigibles dentro de una "convivencia social" entre humanos. Únicamente.

Por poner un ejemplo el imperio de Malí, que abarcó desde 1235 a 1670, tenía una constitución (Kouroukan Fouga o Carta de Mandén) que intentaba garantizar la prosperidad y la convivencia armoniosa dentro del imperio. Se trataba de un cuerpo normativo que apostaba por el derecho a la vida: "toda vida es una vida", el fin de la esclavitud: "Elimina la servidumbre y el hambre" y las libertades personales: "cada quien es libre de decir, de hacer y de ver". Incluso habla de la defensa del inmigrante: "no maltrates a extranjeros".

En el siglo XIII, al menos en aparencia, vivir en el imperio de Malí estaba bastante bien. Y aunque la vocación de su creador, Sundiata Keïta, (en la foto de la izquierda) fuera universal, la realidad en el resto del mundo era muy diferente. Por ejemplo, en Japón no existió el término "derecho" hasta que su cultura chocó con la occidental. Para ellos el concepto equivalente era "deber". Una visión mucho más activa de lo mismo. Mientras en occidente clamamos desde nuestros asientos por nuestros derechos, los japoneses cumplían con su deber, costase lo que costase.

Lo que ha dado consistencia a nuestros derechos ha sido, sin lugar a dudas, el positivismo de la revolución burguesa. Así, la actual declaración de los derechos humanos se inspira en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa de 1789, inspirada a su vez en la Declaración de Derechos de Virginia de 1776, que inspiro aquel mismo año la declaración de independencia de los Estados Unidos.

Esa cadena de inspiración, sin embargo, no se detiene ahí. El poder normativo de la actual DUDH sólo encuentra sustento de autoridad en su adhesión a las cartas magnas de los diferentes Estados, que incluyen otros "derechos" adicionales, como el de "cuida de la patria" que tenían en el imperio de Malí. Por lo tanto, cuando se viaja al extranjero, hay que tener mucho cuidado con ofenderse y reclamar los derechos, porque ni son universales ni tienen vigencia universal.

No creo que haya que desestimarlos, ya que son una herramienta de entendimiento transnacional que garantiza unos mínimos, un estándar asumible -al menos en teoría- por todo el mundo. Sin embargo el documento, sin la acción gubernamental, se queda en un papel sin poder. Su legitimidad no deja de estar sujeta a la decisión de mutua convivencia, lo cual es una utopía casi realizable. El pragmatismo, el sentido común y la solidaridad deben regir este artificio que, sin la cohesión y voluntad social, no sirve para nada.

Por lo tanto, ¿hay culpabilidad en un mundo en el que las únicas reglas inmutables son las naturales? ¿Dónde queda el bien y el mal en términos absolutos? ¿Quién es culpable, cuál es su castigo y quién tiene la autoridad para llevarlo a cabo? Creo que ese será el final de este periplo.

*Nota al pie

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