Nadie supo predecir cuándo y cómo colapsaría el capitalismo. Pensábamos que al ser la némesis del comunismo, no podría fallar tan estrepitosamente y nos guiaría con pulso firme hacia el progreso. Que todos sus errores fundamentales se encontraban en las personas y que, poco a poco, se irían haciendo con los mandos los mejor cualificados. Todo esto ha resultado una terrible falacia. Cuando el capital ha sufrido la primera gran sacudida, las vergüenzas del capitalismo han quedado al descubierto.
El comunismo, en sus postulados, pretendía una utopía inalcanzable, transformándose en un monstruo que ha demostrado que no siempre es conveniente soñar lo imposible. La lucha de clases ha enfrentado las fuerzas productivas de una forma beligerante, cuando en realidad todo se trataba de resaltar la necesidad mutua entre el obrero y el burgués. La dialéctica marxista establece una tesis, una antítesis, y una síntesis. Para Marx, era necesario tanto el mundo obrero como el mundo burgués.
El capitalismo, por otro lado, nace a priori con una visión del mundo individualista e insolidaria. Obtener cada vez más beneficios y someter la necesaria competencia. Nace dentro de la legitimidad que nos da la libertad. Si soy mejor, si tengo mejores productos, si tengo más capital, debo obtener más beneficios. Además, tiene una raíz protestante como señaló Max Weber. El éxito es la puerta a la salvación, lo contrario es el infierno del ostracismo social.
Las teorías siempre se han considerado como absolutos. Posiblemente porque la gente que se ha dedicado a desarrollarlas se ha preocupado de mostrar sistemas cerrados, de interpretación más o menos precisa. Pero tomar como absoluto una herramienta de conocimiento, como es una teoría, es un terrible error. Nietzsche es un ejemplo de ésto. El filósofo alemán pretendía acabar con la rigidez de la filosofía canónica a martillazos. Tomar sus postulados como absolutos lleva al nihilismo y desesperación que también arrastraron a su autor.
El problema del capitalismo -con todas sus refundaciones- y el social-comunismo es su valoración en absoluto. Y el miedo a probar cosas nuevas. Sólo nos hemos atrevido a parchear nuestros sistemas políticos y económicos, nunca a replantearnos sus estructuras para atacar sus principales problemas. Posiblemente porque nos aterra la posibilidad de que hubiese una forma mejor y no se nos hubiese ocurrido antes.
Todo sistema político, económico o legislativo debe tener en cuenta la necesidad de una convivencia en comunidad. Así, en los clanes tribales de la prehistoria, la familia era el punto de partida para configurar las relaciones sociales. La familia es nuestra primera experiencia de convivencia y es allí donde aprendemos a guiarnos por un mundo en el que no estamos sólos. Los animales, desde mi profundo desconocimiento de biología y zoología, creo que se encuentran en ese mismo estadio.
En la actualidad son los países los que configuran la convivencia entre comunidades. Sí, formamos parte la UE o de la humanidad en términos universales, y también la mayoría de las políticas que nos afectan están enmarcadas dentro del gobierno autonómico, provincial o local. Pero, generalizando, al final son las entidades nacionales las que detentan el poder. Mientras que la estructura familiar tiende a preservarse, las naciones viven las convulsiones de la historia.
El estado ha dejado de representar una garantía absoluta para los ciudadanos. Los intereses que le acechan son tan fuertes que lo desgarran. El interés común no se puede mantener en una sociedad tan global, fragmentada en cientos de minorías. La búsqueda de un paradigma, en esos términos, está avocado al fracaso. Para lograrlo cada vez serán más inútiles las grandes políticas, que quedarán desmontadas bajo los miles de puntos de vista de cada minoría en liza.
Los gobiernos realizan una labor administrativa necesaria, pero están tan sobredimensionados que no pueden representar un paradigma. La familia sigue siendo necesaria como punto de inicio de cada vida humana, pero tampoco sirve de paradigma, ya que en su diversidad está su riqueza. La solución debe encontrarse en un punto intermediario, que sirva de regulador y canalizador de la convivencia.
Posiblemente el mejor punto de partida sería la educación. Por desgracia, creo que es uno de los puntos en los que estamos fracasando desde hace tiempo. No sé bien por qué, pero creo que es debido a la crisis total en la que vivimos. No existe ningún asidero para el educador y los educandos en el que fijar objetivos. La necesidad de un paradigma se hace aquí también necesario y, tal vez, la educación debería quedar en un segundo punto fundamental.
En la búsqueda de ese paradigma, me he dado cuenta de que al final, todos tenemos razón. Hay que buscar un punto de síntesis que consiga realizarnos tanto individual como colectivamente. Un sistema cerrado, pero capaz de convivir en un sistema abierto. Esto es, un paradigma que no sólo resulte ejemplar, sino productivo. Y lo mejor de todo es que no se trata de inventar nada nuevo, porque ha existido siempre.
La empresa ha sido el estandarte del capitalismo y, en su vertiente estatal, del social-comunismo. Un negocio es una fuerza productiva destinada, no sólo a la obtención de beneficios -creencia errónea de nuestros días-, sino que es un vehículo para lograr la autorealización de las personas por medio del trabajo y una fuente de recursos tanto para el individuo como para la sociedad. Hablando claro, una empresa no es para forrarse. Establecer esto como premisa es la equivocación que nos ha llevado a la crisis total que nos asola. Y es algo que posiblemente nos ha acompañado desde hace decadas e, incluso, siglos.
La empresa es una fuente de sinergias que puede fundamentar, ahora más que nunca, el cemento de la convivencia. Pero hace falta un compromiso verdadero. No estoy inventando nada nuevo, porque los teóricos de la empresa saben perfectamente lo que debería ser una. Otra cosa es que a los que tienen el capital les parezca bien. Porque ese compromiso no asegura prosperidad económica ni perpetuidad en el mercado. Se trata tan sólo de una forma de hacer las cosas.
Si Platón existiera en nuestros días posiblemente optaría por abrir una empresa, en vez de intentar instaurar una república platónica en Siracusa. La empresa es el mejor escaparate de valores, mejor que el arte o la cultura. Porque la experiencia estética, pese a encerrar una gran sabiduría, queda en el campo teórico. Hay que ser prácticos en un mundo donde se busca precisamente eso, la utilidad. Una empresa no puede ser una tumba para el talento, debe ser todo lo contrario.
No estoy de acuerdo con los que dicen que una empresa que necesita maltratar al empleado y al cliente para obtener beneficios. Bueno, depende de los beneficios que se consideren oportunos. Precisamente creo que, cuanto más se reducen los beneficios brutos de una empresa, será más competitiva. Cambiar el paradigma de mayor rentabilidad por el de conseguir una buena empresa, llevaría a cambiar la forma de ver el mundo de la gente.
Pero no debemos creer que se trata de conseguir ser ricos. La empresa no puede dormirse y debe atender a las necesidades que surjan en cada momento, sabiendo cambiar. Y si genera necesidades artificiales, no debe ser para lograr beneficios, sino puestos de trabajo. La sinergias generadas crearán una necesidad de mejor formación, la gente querrá trabajar y progresar. Y así, progresaremos todos.
Pero, ¿cómo lo logramos?
Con paciencia, ganas y sobre todo con gente que quiera lograrlo de verdad, ya que en la actualidad la mayoría, por no decir la totalidad, quiere conservar lo que tiene. El egoismo propio del que tiene.
ResponderEliminarLa diferencia esta en el creador y en el capitalista, el primero crea una empresa, la conserva, la hace crecer, la cuida en las crisis, obtiene satisfacciones no beneficios, suda su ganancia y responde responsablemente, a esos, los trabajadores en conjunto, apoyan, su palabra es ley, los segundos, solo exponen oro, dinero, crédito, y esos, ni crean, ni cuidan ni hacen crecer, ni disfrutan los exitos grupales, ni tienen "alma"... son anonimos, pero desgraciadamente en nuestro modelo economico, tienen poder...
ResponderEliminarLamentablemente, llegamos al punto de siempre: ¿cómo conseguir que la gente sea "buena"? Tienes razón, la educación es la clave, aunque puede que no sólo baste con eso. Yo creo que es necesaria una presión ideológica, un movimiento social fuerte. La gente no se conciencia sobre cuidar el medio ambiente hasta que su madre, su padre, su vecino y su tía le dicen que use bolsas reutilizables.
ResponderEliminarPero con una política educativa no bastaría. No sería suficiente congregar a mis vecinos en asambleas semanales. Si la sociedad no establece un marco legal que proteja sus nuevos valores, será muy complicado que se llegue a algo. Lamentablemente, el comportamiento de las masas se dirige hacia donde los líderes quieren. Por tanto, también es necesario cambiar el poder, también harán falta líderes.
Resumiendo, con esto quiero decir que para que cambie la ideología neoliberal primero es necesario crear una nueva cultura, investigar, educar, convencer, escribir, y luego conseguir influencia en el gobierno. También hará falta un movimiento sindical que rechace las condiciones de trabajo precarias, y les haga frente de verdad. Pero no tendría sentido hacerlo a través de organizaciones influenciadas por el gobierno de turno, como ocurre con muchos de los sindicatos actuales. En fin, me apena decir que las barricadas de hoy en día son tremendamente complejas, aunque no tenemos que rendirnos. Un gran post, Antihéroe, sigue así. Un abrazo.